martes, 8 de marzo de 2011

Respeto

Ya se que parece ventajista ponerme a escribir precisamente hoy, siendo el día que es, de un término tan nombrado como pisoteado. Lo cierto es que decidí darle su cuota de protagonismo unos días antes, cuando una dichosa amigdalitis aguda hacía de las suyas en mi cavidad orofaringea, poblando mis degluciones de amarguras y sinsabores, y haciendo que su majestad la fiebre obrase en mi cuerpo cual déspota ilustrado, todo para el pueblo pero sin el pueblo. 

En esas estaba yo, haciendo uso del servicio de urgencias sanitarias, e implorando a todos los dioses habidos y por haber para que, más temprano que tarde, a poder ser, un titulado y docto personaje emitiese la palabra que viniera a despertarme del febril e infecto hechizo: amoxicilina... y acabaría por oirla, pero en fin, más tarde que temprano, que así son las cosas en el maravilloso mundo de la atención primaria. Así que me dispuse a esperar y de paso observar un poco la situación: padres con niños semidormidos y febriles, recién lesionados de partidillo de los sábados, hasta un esposado con pareja de policía incorporada... y sobre todo, mucha, mucha gente mayor, ancianos solitarios sin más compañía que un bastón, miradas perdidas, bocas semiabiertas, soledades vestidas con gorra y pantuflas... personas que esperaban, como yo, ser atendidas, o escuchadas, o consoladas, qué se yo.

Una voz abrupta y muy lejana me trae de vuelta a la realidad, la de la sala de espera atestada e impaciente. Al principio no doy mucho crédito, pero sí, efectivamente: el Señor Don Licenciado permanece sentado tras su mesa, al otro lado de un pasillo que comunica con el mundo enfermo, tras unos cinco metros de distancia. A ver si yo me aclaro: mis datos han sido informatizados en admisión, optimizados según la prioridad del caso, reflejados en el monitor del ordenador de susodicho doctor... y resulta que a los enfermos nos están nombrando a voces, como un cabrero en la sierra, apoltronado en su silla, tras la mesa que está al final del pasillo de cinco metros que va a dar con una puerta que comunica con el mundo enfermo. A voces... dios...

Voces que parecen salir de la nada, ininteligibles y perdidas en el éter. Voces que un oído anciano y nonagenario no puede oir, sospecho... y confirmo. Porque aquí viene el meollo. No digo que sea probable, pero sí que posible que cuando tenemos noventa años oímos peor que con cuarenta. Y el señor que tengo a mi derecha no escucha su nombre ni la primera vez, ni la segunda... qué coño, ninguuuuuuuuno acertamos a interpretar un nombre y apellidos tras ese voceo pastoril. Y a la tercera alguien acierta a decirle "creo que le llaman a usted". Y él se levanta, mirada perdida, boca semiabierta, soledad vestida con gorra y pantuflas, y se le caen las gafas, y la cartera, y su abono-transportes, las llaves, veinte euros arrugados. Y mientras dos personas le ayudan, no ya a recoger las cosas, sino más bien a tranquilizarle, entonces es cuando aparece en escena majestuoso, el Señor Don Licenciado, que pobrecito mío, se ha tenido que levantar, avanzar cinco metros, y desde el quicio de la puerta que separa el mundo enfermo de la sapiencia, vuelve a vocear como parece que sólo él sabe hacer:
- "Señor, que venga deprisa, que le estoy nombrandooooo".
Y se da media vuelta, sin dar opción a la réplica. Total, un anciano rendido, casi en cuclillas intentando recoger su cosas, intentando controlar sus jadeos preocupantes, intentando recuperar su dignidad, resulta que debería comportarse como Usain Bolt, ready-set-go, un brinco y a correr... en fin, para rematar, casi termina metiéndose en el baño en vez de la consulta.

No dudo que fue atendido en sus necesidades a posteriori, pero pensé en ese momento: "¿por qué narices es tan complicado ganarse el respeto de alguien, y es tan sumamente fácil perderlo?". Aquel anciano merecía respeto, no por anciano desvalido enfermo, no. Lo merecía porque el respeto es de obligado cumplimiento, que se podría decir. La realidad es bien distinta, y los males del mundo pasan por una reiterada y constante falta mutua de respeto. Y es que en ese momento, cuando lo más fácil era lapidar públicamente al Señor Don Licenciado, me dió por imaginar la cantidad de veces que habría sufrido en sus carnes faltas de respeto por la otra parte, cuántas veces habría oido insultos y gritos de pacientes indignados con el sistema, impotentes, pagando el pato con el médico, lo primero que les venía a mano. Así, en todos los ámbitos, con todas las personas, en los trabajos, en los mercados, en la política... medio mundo le ha perdido casi por completo el respeto al otro medio.

Pero para eso está este blog, para encender una pequeña linterna y arrojar algo de luz. Hay dos cosas que me encantan, me apasionan, y ambas dos son capaces de unir, cohesionar, borrar fronteras (físicas y mentales) y fomentar el sano ejercicio del respeto por todo, por todos, de todos y para todos: la MÚSICA y la COCINA. Al menos, siempre nos quedará el degustar y paladear melodías y acordes, o podremos vibrar mientras escuchamos el crepitar de una cazuela que, sin prisa, con cariño y con respeto, cocina en sus entrañas un guiso sublime, que hará que todos nos juntemos en una misma mesa dispuestos a disfrutar del mismo, sin importarnos si somos médicos, policías, ancianos, Usain Bolt o amigdalíticos...

P.D.: mi más sincero y cariñoso recuerdo para los profesionales de la atención médica y, por supuesto, para el sector agropecuario, más en concreto el dedicado al noble y sufrido trabajo del pastoreo.


1 comentario:

  1. Se nos olvida pensar que un día llegaremos a viejos y entonces..¿qué pasará?

    beso grande

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