domingo, 26 de junio de 2011

Reinventarse

Siempre me ha parecido fascinante observar cómo a lo largo de la historia han existido "primeras veces" para todo. El primer bípedo que consiguió encender el primer fuego, la primera planta cultivada, el primer queso, el primer acorde, tu primera colonia, chispas. Puede ser que pasabas por allí, que te pilló atento o que el azar quiso que sucediera, pero la humanidad se ha ido forjando a base de creadores e inventores, más o menos anónimos, que han hecho que llamemos civilización a este batiburrillo en el que más de 6000 millones de bípedos nos encontramos inmersos.

Así pues, de inventores ha estado plagado el devenir de los tiempos. Fuertes aplausos y vítores para todos ellos, que han llenado nuestras vidas de tráfico rodado, filamentos luminosos, antibióticos, bebidas espirituosas (incluso espirituales) o tortas del Casar. Unos pocos son los elegidos para aparecer en las enciclopedias, algunos están en boca de todos y son de dominio público, y otros permanecen en un discreto anonimato, tal vez aliviado por alguna aparición en según qué programa televisivo de preguntas y respuestas. Más de una vez y de dos nos habremos sorprendido "aaaaaanda, así que fulanito fue el que inventó el...".

Sin embargo, sin eliminar ni un ápice de mérito a estas mentes maravillosas, yo soy más proclive a reverenciar a otra clase de genios, creadores, inventores o ideólogos; aquellos que tuvieron la osadía y el descaro de romper los moldes y esquemas, de reinventar lo establecido, desde el respeto y el conocimiento del origen de las cosas, pero sin miedo a la crítica o al rechazo. En el mundo de la música aparecen unos cuantos ejemplos claros de esto que reflejo. Camarón de la Isla, sin ir más lejos, no tan bien entendido en su momento como ahora, auténtico padrino del flamenco que hoy en día conocemos. Uno de mis autores favoritos, Stravinski (existen 125 maneras de escribir este apellido raruno), estrenó hace casi un siglo "La Consagración de la primavera", obra orquestal ampulosa, angulosa y arriesgadísima. En su momento, fue vilipendiada hasta el extremo, considerada una tomadura de pelo y un rotundo fracaso. Se ve que, en ocasiones, el ser humano necesita reposar y reflexionar las cosas antes de saber apreciarlas en su justa medida. En este caso, medio siglo después, la figura del compositor ruso fue considerada clave para entender la evolución de la música en el siglo XX. Sus rupturas con la armonía clásica y la irregularidad de sus ritmos lo hacen más cercano a música experimental rockera que a una suite de Bach, compositor que, dicho sea de paso, sólo fue apreciado más de dos siglos después de su muerte, puesto que en vida no trascendió más allá de ser un músico de encargo. Qué casualidad que también fuera un pionero en vida, reinventor barroco...

En la cocina pasa mitad y cuarto de lo mismo. Normalmente los avances en este campo pasan por la aplicación de nuevas técnicas, el conocimiento de las materias primas y el respeto por las mismas. En ese sentido, guste o no guste, a nadie escapa el hecho de que personajes como Ferrán Adriá sean considerados genios de nuestro tiempo, transgesores y osados. Del mismo modo, para que exista un futuro y un presente, antes hay que conocer y respetar un pasado. Arzak y otros tantos decidieron en su momento darle la vuelta a la tortilla de la bien considerada cocina vasca, llena de rotundidad y fiel a sus productos, y pasando por encima de críticos y puristas, reinventaron y renovaron un recetario tan rico y tradicional como anclado en principios enranciados. Mi más sincero reconocimiento a estos fogoneros que no han tenido miedo de aceptar lo ajeno y de incluirlo en lo propio, liberando al paladar de ataduras extremistas y dejando que el hecho de comer suponga nexos de unión entre las culturas.

Y los demás, anónimos y pobres diablos que no hemos inventado nada y que no pasaremos a la historia por hazañas o descubrimientos... pues nosotros tenemos por delante el mayor reto imaginado posible, que es vivir. Tenemos casi la obligación de reinventarnos a nosotros mismos, de aprovechar todo lo malo que nos sucede para enfocarlo desde otro prisma. Así como el ave Fenix resurge de sus cenizas, nosotros hemos de remontar el vuelo día tras día, sacando fuerzas de donde no las hay y buscar nuevos retos, nuevas metas, nuevas ilusiones. Reinventarnos la vida, permitiéndonos cinco minutos de cortesía para lamernos las heridas, para luego levantar la cabeza y mirar hacia delante, o hacia un lado, o hacia el otro, pero mirando al fin y al cabo, en la búsqueda de cualquier cosa que nos obligue y nos fuerce a no tener miedo a la felicidad. Si eso no es suficientemente importante como para que seas considerado un genio, entonces habrá que reinventar la definición del término.