domingo, 27 de noviembre de 2011

TRAUMAS...

Me parece muy curioso y reseñable el hecho de que, cuando hemos sufrido en la infancia algún revés o infortunio, o hemos tenido alguna vivencia que nos marcó de por vida, años después digamos que tenemos un "trauma". Si es un trauma, ¿por qué no vamos al traumatólogo, en vez de un gabinete psicológico?. ¿Tienen huesos los recuerdos?. Si un traumatólogo tiene un trauma, ¿se le cura solo o tiene que ir a terapia?... estoy inmerso en un mar de dudas, y todos estos pensamientos me afloran últimamente, porque yo, yo mismo, el que suscribe y escribe; yo tengo un trauma infantil...

Pensé en tomar medidas y solucionarlo por varias vías. Pedí consulta con traumatología por medio de mi médico de familia. Al cursarlo como petición urgente, he tenido la suerte de que me den cita para el mes de marzo. Esa es la inmensa ventaja de ser beneficiario del servicio regional de salud de esta Comunidad de Madrid, traumatizada como está, la pobre. También tengo la opción de acudir a la psicología, pero conozco a unos cuantos psicólogos y psicólogas, y bastante tienen ya con lo suyo como para andar yo molestando... así que haré lo que había pensado desde un principio y compartiré mi trauma con el universo.

MARCO...

... efectivamente, aquella serie de dibujos animados, la del niño cabezón que iba de viaje con un mono albino. Ya ves tú qué tontería... pues yo, cuando era pequeño, veía el capítulo de marras y me ponía a llorar como una magdalena, que si mamá está lejos, su buena mamá, su pobre mamá, la madre que le parió, y yo a moco tendido, con mi madre amenaza en ristre "si te vas a poner así, no ves los dibujos". Y por supuesto, ante la amenaza, más llantos y súplicas, porque yo con cuatro, cinco años a lo sumo, debía ser el más morboso de los niños. Mientras casi todo el mundo parecía disfrutar con aquella historia, yo la sufría y padecía, y aún así, deseaba que llegase la semana siguiente para poder seguir el hilo argumental, ansioso de saber si, de una puñetera vez, el jodido Marco encontraba a su madre...

Y es ahora cuando, con mi trauma en el lomo, bien embuchado, analizo los pormenores de la bienamada serie animada. Sopeso los datos, hago mis elucubraciones, y años después caigo en la cuenta de que tengo, y tenía en su momento, razones de peso para considerar particularmente nocivos para la infancia los dichosos dibujitos del cabezón. Y me explico:

"Una madre se va a otro país en busca de un mejor futuro, y deja en casa a su marido y dos hijos"... la pobre... vamos a ver, chavalote, Marco, a ver si te entra en la cabeza esa que tienes tan descomunal. Que tu madre se ha ido de Génova (Italia) a Tucumán (Argentina), 11000 km de tierra, mar y aire, y lo hace por tu bien... sí, sí, os quiere con locura. Os quiere tanto, que en vez de buscar curro en París, o Londres, se pira donde Cristo dió las tres voces, 11000 km. En fin, lo que en mi pueblo llamamos ABANDONO DEL HOGAAAAAAAAR. Que vamos a ver, que no tengo nada en contra de la señora, pues visto lo visto, era la más espabilada del cuento. Para empezar, su marido está sin trabajo, el pobre. Así que, en vez de buscarlo, se pasa la mitad de los capítulos, o bien desayunando, o bien comiendo, o bien bebiendo vino, o bien no haciendo nada, ahí va ese cuajo genovés. Redaños como puños tiene el padre, que en un ejercicio de responsabilidad adulta y madurez sin par, deja marchar, no digo al mayor de los hermanos, sino al pequeño, para que se pegue el viaje (recordemos, 11000 km), con el objeto de encontrar a su buena mamá. Como si no hubiera quedado suficientemente claro que la buena mamá, NO, repito, NO quiere ser encontrada, ni por el vago borracho de su marido, ni por el cansino cabezón de su hijo.
Capítulo aparte merece el hermano mayor, que bien metidito en su papel, y apenas participando en desayunos y comidas paternofiliales, decide marcharse de casa mediada la serie, para estudiar y ser ferroviario... claro, para ser de provecho en un futuro, pero mejor lejos de casa, no vaya a ser que tenga que acompañar al pesado del hermano. Y por fin, nuestro amigo Marco, el de la humilde morada que se levanta temprano para ayudar a su buena mamá, recuerden, la que se ha ido a tomar por culo DESDE EL PRINCIPIO DE LA SERIE. Insisto, para que se me entienda con suficiencia. El caso es que, por estas cosas de la vida, seguramente pillando al padre en un día de esos de pedo supino, jarto de vino, Marco le convence para irse a la Argentina, viiiiiiiiste, acompañado de su amigo Amedio... un mono... un mono enano blanco que le han regalado unos perroflautas italianos a la antigua, que a saber que sustancia le han dado al mono para que tenga ese color de pelazo, y ese careto negruno. Aaay Amedio... a medio kilómetro te dejaba yo abandonado, que dios los ha de criar para luego juntarlos.
En fin, que el niño se va con el mono de interrail atlántico, ahí, a lo cutre, con el hatillo y haciendo dedo, y lo mejor es que sólo interactúa con adultos que le tratan como tal. Pero vamos a ver, ¿es que no hay nadie en esta serie que le de un bofetón al chiquillo y le mande de vuelta a su casa?. Pues no, todos le hacen caso, le dan comida, a él y al mono, que os recuerdo entraba en el pack, estamos contigo, ánimo Forrest... Y en un momento dado, piensas "va, en cualquier momento aparece el padre, cargado de razón, nunca es tarde, y acompaña al niño para que regresen a Italia (a buscar a la perra de mi mujer, ni de coña...)". Pero no, eso no pasa nunca, Marco sigue solo, erre que erre, que si mi madre, mi madre, todo el rato mi madre. Y por supuesto, tooooodos los finales de capítulo con la silueta del niño y el mono mirando a un horizonte con puesta de sol, para dar más bajón y hundir más en la mierda al que lo está viendo, que ya no sabes si quieres que encuentre a su madre viva, o mejor muerta, para que se acabe la historia del todo.

Pues sí, este es mi trauma. Hasta tal punto que, conocido como es el final de la historia, yo lo supe con el tiempo gracias a la colección de cromos, promoción de una conocida marca de yogures, pues nunca me atreví a ver el último capítulo. La madre, enferma hasta decir basta, desde su lecho observa como un niño con cabeza XXL llora de emoción porque su viaje tiene un final feliz. Lo que nadie dice es que ella se queda con cara de póker, más flipada que Amedio. Vamos, que estaba a punto de morirse y se reanima. Claro, ¿cómo no se va a alegrar de reencontrarse con su hijo, al que dejó hace meses y 11000 km atrás?. Qué bien, otra vez juntos... (al menos no ha venido tu padre).

Yo por mi parte, y a fuerza de contarlo, parece que lo voy superando, e incluso aventuro finales paralelos y alternativos a la historia. El hermano de Marco, por supuesto, fue el fundador de las becas Erasmus, y ni fue ferroviario ni nada de nada, pero eso sí, lo bien que lo pasó... El padre de Marco dejó el alcohol, y directamente pasó al opio, que ya se empezaba a poner de moda en Europa. Eso sí, abandonó los desayunos y comidas, y se pasó al bando de la merienda-cena. Amedio se volvió de Argentina, tarado perdido, pues de tanto escuchar al petulante de su dueño, le entraron ganas de buscar sus raices y de encontrar a su madre también. Finalmente, acabó en un circo rumano, no encontró sus raices, ni a su madre, pero al menos no tiene que aguantar a Marco. Y en cuanto a Marco, pues eso, una vez superado su complejo enfermizo de Edipo, decidió volver a Italia y se puso a estudiar para ser ferroviario, a ver si alguien de la familia conseguía hacer algo de provecho de una santa vez.

Y que conste que madre no hay más que una, eh...

domingo, 30 de octubre de 2011

PIADOSAS Y PELIGROSAS

A lo largo de la historia se han dado determinadas circunstancias, en determinados momentos y a través de determinados personajes, en los que la verdad ha coqueteado con la mentira, y viceversa, en un sinuoso juego consentido y consensuado, pensando que a veces, una verdad a medias es más valiosa y certera que una verdad sincera y rotunda. O más bien lo contrario, pequeñas mentiras, piadosas que llamamos, que, en fin, no van a ningún lado, no hacen daño a nadie y contentan a la mayoría. Mentiras piadosas, verdades placebo, medias tintas o explicaciones parciales, lo cierto es que nos bastan para que nuestra existencia sea plácida, despreocupada y plena. Y así, pues tan felices y conformes, porque no tenemos razones para dudar de lo que sucede, o de lo que nos cuentan que sucede... ¿o sí?...

"Cariño, no estés tan tensa. Son cuatro gotas, y en cinco minutos ya verás como descampa". Noé a su mujer.

"Por supuesto que las torturas no me han hecho cambiar de opinión. Es que he estado pensándolo mejor". Galileo al tribunal.

"No seas paranoico. Es un bombardeo ordinario, según protocolo y sobre objetivos militares". Piloto a copiloto del Enola Gay, sobrevolando Hiroshima.

Y en nuestro quehacer cotidiano nos enfrentamos también en multitud de ocasiones a situaciones en las que la verdad se tambalea, cimbreando sobre la cuerda floja, dispuesta a ocultarse tras una maleza de argumentos y excusas:

"Pues claro que te queda estupenda la falda. Por eso es mejor que hoy no te la pongas, que cualquier torpe te la puede quemar con el cigarro". Es verdad, teniendo en cuenta que vamos al cine (no se puede fumar) y después cenaremos algo en cualquier sitio (no se puede fumar).

"Me he tomado unas cervezas en el cocktail, y luego una copa de vino en la comida, pero vamos, luego ya nada más... que estoy bien, seguuuuuro. Me termino el refresco y os acerco a casa, que voy bieeeeeen". Bien no, vas divino. Te has bebido el agua de los charcos, estás subidito, eres el más guay, y por lo visto, el gin-tonic computa como refresco.

"Oye, que a ver si nos vemos ya de una vez, que hay ganas. Yo que se, organizamos una comida, o lo que sea... venga, pues hablamos...". Y cuelgas el teléfono y te dispones a esperar otros cuatro meses para volver a tener la misma conversación. Lo que es hablar, hablamos, ¿no?.

En nuestra vida de infantes hemos tenido que asumir una buena dosis de mentiras piadosas, cándidas mentirijillas de nuestros progenitores que servían para aumentar nuestras reservas de ilusión y fantasía: el ratoncito Pérez, los Reyes Magos, cómete el pescado, que no tiene espinas, que se las he quitado una a una... y nosotros, pues tan felices. Bueno, lo de las espinas merecería un capítulo aparte, así como las hebras del puré (que no tiene hebras, y tú ahí, con la bola vegetal, que como te la tragues igual hasta cagas una bolsa de rafia). En definitiva, que nos pasamos el día asintiendo, poniendo cara de poker, asumiendo como obviedades lo que son mentiras podridas y, finalmente, sobreviviendo a la mentira más gorda y peligrosa para toda la humanidad: LA INFORMACIÓN. Y para colmo, resulta que tenemos que estar bien informados para poder opinar... así pasa, que se te quitan las ganas hasta de opinar. Daré mis dos últimos ejemplos:

"Son como unos hilillos de plastilina...". Efectivamente... veías las imágenes submarinas del escape y al estar bieeeen informado y documentado, pues nada, tú tan tranquilo. Oye, que mira que son exagerados estos rojeras, si al Prestige habría que haberlo rebautizado Play-School. Sonaba como la famosa explicación de cómo se engendran los niños, lo de la semillita de papá y... bueno, el burdo final es de todos conocido. Así, si cambiamos semillita por hilillos, consecuentemente podríamos cambiar empujón-de-papá por ca-tás-tro-fe ab-so-lu-ta. Resultado final: soy un demagogo.

"No es crisis, es un proceso de recesión...". Efectivamente... cada vez conocías más gente que se iba al paro, obras pendientes de finalización, una tras otra; morosidad paulatinamente creciente, insolvencia insostenible, depreciación de los valores bursátiles, Ministro de Economía que te dice "oye, tú, háztelo mirar, que yo creo que vas de farol y no va a colar", que nooooo, tranquiiiilos, que estamos en situación solventeeee, Ministro de Economía que dimite, se va a casa y se hiperventila; el mundo entero asomándose al abismo enorme que siempre lo fue, pero que como había cierta neblina no daba tanto vértigo. Pues venga, vale, será una recesión, si bien, amparándonos en que determinado cefalópodo es animal de compañía, tendremos que traducir "pulpo a feira" por "patatas a lo pobre". Resultado final: soy un demagogo.

Y lo peor, es que, siendo como son éstas las mentiras más peligrosas, resulta que tratan de presentarlas a nuestros ojos como las más piadosas. Los hilillos son chiquititos, casi cariñosos... las hebras de puré, esas sí que son unas hijas de puta (perdón). La crisis... hombre, para crisis mala, mala, la de los cuarenta... la de los cuarenta sopapos que se tenía que haber llevado más de uno en su momento, tanto tranquilizar, tanto tranquilizar...

Hubo quien dijo que lo que mueve realmente el mundo es la energía. Yo añadiría que lo que lo remueve es la información, que es moneda de cambio entre las cabezas pensantes y las cabezas sufrientes, y que cada cual se coloque en el grupo que le corresponda. No se qué será peor, si estar mal informado, o estar bien desinformado... que no hombre, que es broma, que todo esto que escribo es mentira... mentirijilla... ¿qué daño te va hacer?...

miércoles, 27 de julio de 2011

FLEXIONES EN RE

Es que a mi la nota "re" me ha gustado de siempre, de toda la vida. Y eso que lo máximo es dar el "do" de pecho, así que, imagino que, para rizar el rizo, tendría que existir el "re" de nalgas, yo qué se... A lo que yo iba, que me voy de vacaciones en breve, y entre lo muuucho que me va costando escribir y el período estival de ¿descanso?, me veo en la casi obligación de dejaros pendientes unos cuantos deberes. Sí, sí, alguno y alguna os acordareis, que acabábamos el colegio, con nuestras buenas notas y todo, y como premio y recompensa al esfuerzo efectuado recibíamos... tacháaaaan, el jodido librito de "Vacaciones Santillana". Qué de puta madre, no se me ocurre nada mejor en vacaciones que seguir estudiando y haciendo ejercicios, pero divirtiéndome. Yuju... Que digo yo, que es como si a un minero le regalas un pico. "Que sí hombre, que yo se que con esto te diviertes tú. Así puedes picar piedras en vacaciones y no pierdes práctica". Pues eso.

No se me asuste nadie, eh. Ultimamente he estado pensando en diversos enigmas, dilemas y misterios, aún por resolver y pendientes de explicar. Y necesito ayuda, caramba, que es por el bien de la humanidad, y de vez en cuando, reflexionar un poco nos dignifica y nos hace mejores personas, incluso mejores animales. Lo voy a ir enumerando, para que sea más fácil de contestar. Ah, y no vale indagar en wikipedia, muchopedia, tontopedia... en ninguna pedia...

1.- "Ves menos que Pepe Leches". Empezamos fuertes. Quién sería este hombre, presuntamente con menos visión que un gato de escayola. Y el apellido, ¿es un apodo?, ¿es verídico?, ¿se referirá a las ostias como panes derivadas del incorrecto enfoque cristalínico?. Todo un misterio.

2.- "Eres un tonto a las tres". Para empezar, casi podemos asegurar con certeza que, efectivamente, el que es un tonto a las tres, lo sigue siendo a las cuatro, a las cinco... A mí sólo se me ocurre que el telediario, de toda la vida de dios, es a las tres de la tarde, y quieras que no, en algún momento de la emisión aparece algún memo importante o con ganas de serlo.

3.- "Bueno, pues nosotros nos vamos a ir marchando". Ni tan siquiera voy a analizar sintácticamente la frase, porque no es necesario para demostrar que, practicamente nueve de cada nueve personas que dicen esta sentencia, acaban por marcharse definitivamente a la media hora de haberla dicho. Inexplicable.

4.- "Me estoy meando vivo". Pues más te vale...

5.- "No vuelvo a beber en la vida". El ser humano, aparte de ser extraordinario, aquarius mediante, comparte con los peces la memoria a corto-medio plazo más efímera del reino animal.

6.- "Eres más tonto que Pichote". O sea, que los tontos la tendrán grande...

7.- "No somos nadie". No lo serás tú. Yo soy alguien, más o menos, pero alguien.

8.- "Ya mismo estamos en Navidad". Esto se suele decir justo, justito antes de pillar las vacaciones de verano...

9.- "Estás en la inopia". Vamos a obviar comentarios similares sobre Babia, región de León por todo el mundo conocida (¿?). Algunos despistados pueden llegar a leer "miopía" en vez de "inopia", lo cual nos llevaría sin duda al enigma de Pepe Leches...

10.- "Yo ese programa no le veo". Claro, ves los documentales...

Impactante, sin duda, todo lo que se nos ofrece al conocimiento humano, susceptible de ser discutido y reflexionado. Haced el esfuerzo, a ver si entre todos conseguimos esclarecer este maremagnum y volvemos de nuestras vacaciones convertidos en unos auténticos sofistas. Y si no, pues a lo clásico, id tirando de autodefinidos y cruzadas, que eso en veranillo se lleva mucho.

A los que ya regresasteis, bienvenidos. A los que disfrutais, aprovechad. A los que esperais con ansiedad el toque de campana que marque el inicio de vuestro bien merecido asueto, soñad. 
A todos y a todas que me leeis, gracias desde el fondo de mi re sostenido menor.

domingo, 26 de junio de 2011

Reinventarse

Siempre me ha parecido fascinante observar cómo a lo largo de la historia han existido "primeras veces" para todo. El primer bípedo que consiguió encender el primer fuego, la primera planta cultivada, el primer queso, el primer acorde, tu primera colonia, chispas. Puede ser que pasabas por allí, que te pilló atento o que el azar quiso que sucediera, pero la humanidad se ha ido forjando a base de creadores e inventores, más o menos anónimos, que han hecho que llamemos civilización a este batiburrillo en el que más de 6000 millones de bípedos nos encontramos inmersos.

Así pues, de inventores ha estado plagado el devenir de los tiempos. Fuertes aplausos y vítores para todos ellos, que han llenado nuestras vidas de tráfico rodado, filamentos luminosos, antibióticos, bebidas espirituosas (incluso espirituales) o tortas del Casar. Unos pocos son los elegidos para aparecer en las enciclopedias, algunos están en boca de todos y son de dominio público, y otros permanecen en un discreto anonimato, tal vez aliviado por alguna aparición en según qué programa televisivo de preguntas y respuestas. Más de una vez y de dos nos habremos sorprendido "aaaaaanda, así que fulanito fue el que inventó el...".

Sin embargo, sin eliminar ni un ápice de mérito a estas mentes maravillosas, yo soy más proclive a reverenciar a otra clase de genios, creadores, inventores o ideólogos; aquellos que tuvieron la osadía y el descaro de romper los moldes y esquemas, de reinventar lo establecido, desde el respeto y el conocimiento del origen de las cosas, pero sin miedo a la crítica o al rechazo. En el mundo de la música aparecen unos cuantos ejemplos claros de esto que reflejo. Camarón de la Isla, sin ir más lejos, no tan bien entendido en su momento como ahora, auténtico padrino del flamenco que hoy en día conocemos. Uno de mis autores favoritos, Stravinski (existen 125 maneras de escribir este apellido raruno), estrenó hace casi un siglo "La Consagración de la primavera", obra orquestal ampulosa, angulosa y arriesgadísima. En su momento, fue vilipendiada hasta el extremo, considerada una tomadura de pelo y un rotundo fracaso. Se ve que, en ocasiones, el ser humano necesita reposar y reflexionar las cosas antes de saber apreciarlas en su justa medida. En este caso, medio siglo después, la figura del compositor ruso fue considerada clave para entender la evolución de la música en el siglo XX. Sus rupturas con la armonía clásica y la irregularidad de sus ritmos lo hacen más cercano a música experimental rockera que a una suite de Bach, compositor que, dicho sea de paso, sólo fue apreciado más de dos siglos después de su muerte, puesto que en vida no trascendió más allá de ser un músico de encargo. Qué casualidad que también fuera un pionero en vida, reinventor barroco...

En la cocina pasa mitad y cuarto de lo mismo. Normalmente los avances en este campo pasan por la aplicación de nuevas técnicas, el conocimiento de las materias primas y el respeto por las mismas. En ese sentido, guste o no guste, a nadie escapa el hecho de que personajes como Ferrán Adriá sean considerados genios de nuestro tiempo, transgesores y osados. Del mismo modo, para que exista un futuro y un presente, antes hay que conocer y respetar un pasado. Arzak y otros tantos decidieron en su momento darle la vuelta a la tortilla de la bien considerada cocina vasca, llena de rotundidad y fiel a sus productos, y pasando por encima de críticos y puristas, reinventaron y renovaron un recetario tan rico y tradicional como anclado en principios enranciados. Mi más sincero reconocimiento a estos fogoneros que no han tenido miedo de aceptar lo ajeno y de incluirlo en lo propio, liberando al paladar de ataduras extremistas y dejando que el hecho de comer suponga nexos de unión entre las culturas.

Y los demás, anónimos y pobres diablos que no hemos inventado nada y que no pasaremos a la historia por hazañas o descubrimientos... pues nosotros tenemos por delante el mayor reto imaginado posible, que es vivir. Tenemos casi la obligación de reinventarnos a nosotros mismos, de aprovechar todo lo malo que nos sucede para enfocarlo desde otro prisma. Así como el ave Fenix resurge de sus cenizas, nosotros hemos de remontar el vuelo día tras día, sacando fuerzas de donde no las hay y buscar nuevos retos, nuevas metas, nuevas ilusiones. Reinventarnos la vida, permitiéndonos cinco minutos de cortesía para lamernos las heridas, para luego levantar la cabeza y mirar hacia delante, o hacia un lado, o hacia el otro, pero mirando al fin y al cabo, en la búsqueda de cualquier cosa que nos obligue y nos fuerce a no tener miedo a la felicidad. Si eso no es suficientemente importante como para que seas considerado un genio, entonces habrá que reinventar la definición del término.

sábado, 28 de mayo de 2011

El mundo no es como es...

...el mundo es como yo digo que es. Así reza una canción de Mamá Ladilla, banda bizarra donde las haya, verborreica y gramaticalmente impecable. ¿Cómo decía otro...? ah sí, "así son las cosas y así se las hemos contado". O esto es así, porque sí y punto, que para eso soy tu padre y cállate ya niño y vete a ver los dibujos, coño qué pesadito es tu hijo cariño; porque cuando los hijos dan por saco, son de sus madres, claramente, al igual que son de sus padres cuando hay que presumir. Y no me negareis que esto sí que es así y punto.

Hay cosas, situaciones o personas que se explican por sí solas, y no ha lugar a interpretación. El agua es un líquido, la primavera la sangre altera y el hecho de que exista Belén Esteban viene a demostrar que en este mundo tiene que haber de todo. Sin embargo, esta lengua castellana que algunos intentamos practicar, se empeña con su riqueza en hacernos la vida más compleja y a estar continuamente interpretando segundos, y hasta terceros significados. Hay tanta frase hecha y tanta expresión popular que en múltiples ocasiones decimos cosas que no son, o las cosas no son lo que decimos, o significan otra cosa distinta de lo que decimos... veis lo que os digo...

Ejemplo: el mando a distancia. Preparaos que voy. En este mundo inmediato y veloz, inalámbrico y hertziano, se supone que hacemos multitud de tareas sin movernos del sitio, como hablar por teléfono, comprar un kit para hacer cervezas en internet o cambiar de canal... con el mando a distancia, claro... sí, sí... y se llama "mando a distancia" y está muy bien puesto el nombre, porque, al menos en mi casa, el mando sieeeeeempre está a distancia, pero a distancia del interesado. Nueve de cada diez veces, permanece al ladito del televisor. Ahí puedes estar, capullo.

Vaya invento el teléfono. El señor Bell se quedó agustito de liar la que ha liado. Y ya era suficientemente espectacular el hecho de hablar con alguien en la distancia. Pues no, vamos a rizar el rizo y a prescindir de los engorrosos cables, para que nuestra libertad sea total y seamos capaces de hablar  y hacer otra cosa al mismo tiempo. Dispositivo inalámbrico, decimos. Y suena el teléfono, que será para tí, cariño, porque siempre es para tí. Y dónde estará el muy bellaco, que suena y suena y no lo encuentro. Pues ¿dónde va a estar un dispositivo sin cables?: ahí, en su base de recarga, no vaya a ser que se nos gaste la batería en cinco minutos. Así que, divinamente, suena el teléfono, ¿lo coges o no lo coges, cariño?, y en lugar de tenerlo a mano, recorremos toooooooda la casa hasta llegar a la base de la que no se ha movido en la última semana. Lo mismo hay algún cable invisible que no vemos...

Siglos y siglos de pavoneo cervantino, presumiendo de gramáticas nebrijanas, para que luego alguien cercano nos acabe diciendo aquello de "anda, pásame el ese, eso... que está ahí, donde el este...". Y como se que te gusta el arroz con leche, por debajo la puerta te paso un ladrillo. Por no hablar del arte de la abreviatura y acotación empleada en chats, SMS o similares. Vamos, que descubre hoy en día Napoleón nuestra particular piedra rosetta y lo flipa en colores. Y así pasa, que el mundo ya no es como es, es como cada cual dice que es, en cada momento, en cada situación y en cada contexto. Y las cosas van cambiando su significado y los conceptos se relativizan. Lo que está muy bien, puede estar que te cagas, o que te mueres. Cualquiera que nos oiga allende la piel de toro alucina, vecina, y piensa que tenemos una severa diarrea que nos provocará un descenso abrupto de electrolitos, desencadenando un shock irreversible incompatible con la vida.

Menos mal, que, por si acaso no nos han quedado claras las cosas, siempre habrá alguien aficionado a espetar aquello de "¿me entiendes lo que te quiero decir?". Diosss, si es que lo estoy escribiendo y me revuelvo en el teclado. Claro que, para rematar, todavía puede empeorar la cosa si el interlocutor es de los que acostumbra a terminar los monólogos que él llama conversaciones con "¿tengo razón o no tengo razón?". Pues ya que lo preguntas, no la tienes, idiota. Porque el mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es.

sábado, 21 de mayo de 2011

Kilómetro cero

Ssssssss... un poco de respeto, que estoy reflexionando...

Hoy seré breve, porque el horno no está para bollos. Que nadie malinterprete, eh, nada de demagogia. Quiero decir que estoy muy cansado como para escribir. Hoy simplemente quiero lanzar al aire un deseo sincero y profundo, desde el cariño y la mayor o menor perspectiva que me dan los años que tengo. Deseo de todo corazón que mañana la Puerta del Sol quede desierta y que el motivo sea que los colegios electorales no dan abasto porque, por una vez en la vida, a tod@s nos ha entrado un ataque agudo de ciudadan@ y hemos ejercido nuestro derecho al voto. No dudo de la esencia de todo lo que se está removiendo en las calles y en las conciencias, pero todo se queda en agua de borrajas si no somos capaces de trasladar nuestro desencanto a un marco legítimo. La desobediencia civil transita en una delgadísima línea que separa el ser "anti-algo" del ser "pro-algo", y colgando de esa delgada línea pueden estar los derechos legítimos de los demás.

Y la clase política ha de quedar avisada, y por supuesto que los medios han de hacerse eco de la situación, pero no habrá mayor castigo o premio en su caso, que el que dictaminen las urnas a partir de mañana. Eso sí, si para expresar el descontento pensamos derribar muros opresores, que nunca se nos olvide que a algún inocente le puede caer un ladrillo sin comerlo ni beberlo. Y tampoco hay derecho a eso, francamente.

domingo, 15 de mayo de 2011

Birlibirloques

Como el Guadiana, ahora sí, ahora no, así son mis incursiones en el blog. Esto de escribir tiene algo de inexplicable, intangible e incantatorio. No se te ocurre nada y de repente, te sorprendes repiqueteando en el teclado, dejando que fluyan las palabras y desnudándote de nuevo a los ojos de los posibles, probables y bienintencionados lectores. Como por arte de magia...

... así aparecen y desaparecen sin motivo aparente. Y es que el ser humano siempre se ha distinguido por buscar explicaciones a los fenómenos y a los acontecimientos de este devenir que llamamos "vida". La ciencia como bálsamo de la conciencia, un respiro al mar de dudas que nos envuelve. Queremos saber el porqué de las cosas, y nos quedamos más anchos que largos pensando que cada teoría, cada axioma, en fin, cada simple y lógica explicación hará que nuestra existencia sea más plácida y tranquila. Sin embargo, a mí me sigue gustando pensar que algo se nos escapa, que el infante que llevamos dentro tiene necesariamente que aflorar y dejar que gocemos con el misterio, la sorpresa, los trucos y los encantamientos.

Porque todo tiene truco, y ya sabemos que explicado el truco, la magia pierde su esencia. Pero aún así... no se, llamadme romántico. Pensad un momento, qué se yo, en el funcionamiento de nuestro organismo. Nuestra actividad está condicionada y regida por el cerebro, que dicta órdenes, reflejos, respuestas a estímulos, y hace que todo encaje y que cada engranaje se mueva en la dirección y velocidad adecuada. Desde el latido del corazón al derramar de una lágrima. Pues bien, aunque sabemos que somos un organismo pluricelular sumamente complejo y estrucuturado en tejidos altamente cualificados y especializados, resulta que la chispa que enciende la mecha es precisamente eso, electricidad pura y dura, electrones que establecen diferencias de potencial en las membranas de las neuronas, que a su vez establecen conexiones sinápticas a velocidades de vértigo y en cantidades industriales. Energía pura y dura, sin más. Y un electrón es un electrón en una membrana celular y en un enchufe. Y ya está, explicado queda... vale, puede que os de igual, que os conforme y os conforte, pero a mí, bufffffff, me parece una absoluta pasada, y de verdad que se me escapa que ese proceso tan absolutamente lógico desemboque en algo tan dispar como una contracción muscular, los sentimientos, los sueños o una simple diarrea.

No os digo nada si me meto en temas genéticos. Hoy en día los científicos han conseguido "fotografíar" el mapa genético, diseccionarlo incluso, aislarlo, mutarlo... Estamos hablando de una hélice enrollada sobre sí misma, amalgama de compuestos protéicos que vienen a dictaminar si seremos rubios o morenos, gordos o flacos, del madrid o del atleti, en fin, todo nuestro ser y parte de nuestras circunstancias. Y no sólo eso, hemos llegado a saber qué pequeño trocito es el que hará que cada característica concreta se exprese visual y orgánicamente. Al menos eso estudié yo, vaya. Genes. Porciones borrosas de un filamento grumoso y borroso que se enrolla y conforma un cromosoma, que baila una polka con otros 22, bueno, en algún momento llegan a ser 23 parejas de baile (a veces alguno se despista, ¿verdad hijo?). Y ese fiestorro en cada célula de nuestro cuerpo, durante toda nuestra vida. Proteinas, porque son proteinas. Y unas proteinas nos hacen ser así o asá... bufffffff, a mí se me escapa. Eso sí, había que poner todo lo anterior en el examen, con tal de aprobarlo.

Ya os digo que me gusta mantener un cierto punto romántico a la hora de explicar los fenómenos, y no se le hace ningún mal a nada ni a nadie dejando que parte de las explicaciones y razonamientos que tenemos que dar en nuestra vida estén teñidas con algo de misterio o ingenuidad. Destino, deja vú, dios, éter, aura, chacra, energía, vibraciones, meigas, trasgos... magia. Nada por aquí, nada por allá. Tachán, tachán. Que sí, que tenemos una buena explicación, una gran explicación que nos garantiza seguramente un 99% de tranquilidad mental, pero lo que verdaderamente nos remueve y no nos deja impasibles es ese 1% restante, gracias al cual somos capaces de emocionarnos, entusiasmarnos, sorprendernos, abrir la boca y ooooooooh, hay que ver que cosas más evidentes suceden a mis ojos, y qué fantásticas a la vez.

Eso sí, sin ninguna duda, el mundo de los alimentos nos ofrece una innumerable lista de fenómenos extraños, procesos químicos complejos y transformaciones cuasi paranormales, y todo ello perfectamente resuelto y comprobado por la ciencia. De hecho, ese binomio ciencia-cocina es claramente evidente en nuestros días, en los que lo culinario ha traspasado las fronteras de lo meramente comestible para adentrarse de lleno en las propiedades de las materias primas y sus innumerables posibilidades de transformación. La técnica al servicio de la emoción. Conocemos mejor lo que comemos, lo cocinamos de manera más adecuada y lo consumimos con un cada vez más elevado nivel de exigencia. Y sin embargo, a mí me sigue pareciendo fascinante y mágico todo lo que rodea a los fogones, más cercano a la alquimia arcaica o a los encantamientos merlinianos.

Y lo voy a ejemplificar con un pequeño homenaje a una de las salsas cumbre en la historia de la humanidad, universalizada y ampliamente versionada. Aparentemente sencilla en sus componentes, pues la mahonesa o mayonesa (existe todo un estudio y debate abierto sobre qué término ha de usarse para referirse a la susodicha emulsión) no consta de una innumerable lista de ingredientes, pero es sumamente compleja de elaborar, pese a que la práctica más o menos industrializada demuestre lo contrario. La esencia del asunto es ligar o emulsionar una proteina con una grasa, o dicho de otra manera, huevo con aceite. Hablamos de mezclar una masa más o menos gelatinosa, debido a la albúmina de la clara, con un núcleo altamente nutritivo que sería la yema; y a este complejo entramado lipoproteico de tan mala fama injustificada (el huevo no es dañino en sí, sino más bien la tendencia a prepararlo con un exceso de grasas) se le ha de añadir un componente líquido denso y untuoso, de distintos orígenes vegetales. Y esta añadidura ha de hacerse con paciencia, gota a gota, a lo sumo fino hilo graso que se ha de integrar en un todo que, batido siempre en la misma dirección y misma velocidad hará que de repente, en un instante en el que se para el tiempo y se hace creíble lo increíble, por arte de birlibirloque la emulsión comienza a atascarse y espesarse, dando como resultado una textura y color completamente distintas al de sus componentes en origen. Una crema sumamente espesa y untuosa de color blanquecino, acompañante perfecto de otros alimentos y sublime simplemente encima de un simple trozo de pan. He obviado la existencia de aditivos como la sal, limón o vinagre, pues digamos que el interés que suscita en mí la mahonesa viene derivado precisamente de la emulsión en sí, de la conjunción de moléculas tan distintas para dar lugar a tan sorprendente resultado.

Y bien es cierto que la ciencia nos ha explicado paso por paso qué es lo que sucede en el proceso para que que un huevo y aceite se transformen juntos en un resultado radicalmente distinto al de sus ingredientes iniciales. Pero ya os he dicho, que me gusta mantener ese componente iluso y romántico, liberarme de tanta explicación racional y disfrutar de lo que acontece ante mis ojos, recuerdo de aquella primera vez que hice una mayonesa siendo un niño, nervioso como estaba mientras veía cómo aquel líquido amarillento al que añadía con paciencia oro líquido, se transformaba por arte de magia, en un instante único e irrepetible, en una mahonesa espesa y brillante, incitadora y tentadora como ninguna otra salsa en el mundo.

En cocina todo sucede así, afortunadamente con una explicación razonable que nos ayuda a hacer mejor las cosas, a comprender mejor los procesos y en definitiva, a cocinar mejor y degustar mejor. Pero lo que nos hace verdaderamente disfrutar como niños es ese 1% que nos reservamos para abrir los ojos como platos, soltar un "ooooooooh" de asombro y cerrar los ojos mientras masticamos y tragamos pensando, simple y llanamente que lo que comemos nos sabe a gloria, y que no pararíamos nunca de mojar pan en mayonesa, corriendo claramente el riesgo de sufrir un empacho, indigestión o quizás un episodio severo de salmonelosis aguda. No os precupeis, que para eso está la ciencia, para diseñar sales de fruta que, una vez más por arte de magia, harán desaparecer nuestro malestar estomacal.

domingo, 10 de abril de 2011

A fuego lento

Llevo largo tiempo sin escribir nada, bien por falta de tiempo, de ganas, permiso no retribuido de las musas o simplemente, porque no me da la gana. Y hay quien me lo ha hecho saber, como si yo no me hubiera dado cuenta: "oye, que hace mucho que no escribes en el blog...". Que sí, copón (como me gusta esta palabra, así, bien dicha con rotundidad, con orgullo manchego), que me hago cargo, ya escribiré cuando... vamos... en fin... cuando sea... cuando yo TENGA LA NECESIDAD, porque de eso se trata...

Bromas aparte, me lleva rondando hace unos días el tema que hoy me ocupa, muy manido en nuestros días, topicazo del copón (ay, qué bien suena), pero que en definitiva no deja de ser una gran certeza. La presión, las prisas, este ritmo de no-vida al que estamos abocados, esa angustia que nos bloquea, que no llego, que no llego, que he llegado, pero con la lengua fuera, por los pelos y vengadeprisaquellegamostardeacualquierotrolado. Los días pasan con vértigo rutinario, fugaces y veloces, implacables en su acotación horaria (me faltan horas, me faltan) y cuando nos llega el reposo, el fin de semana, más bien lo convertimos también en el fin de los tiempos, nos inventamos otras vorágines en las que sucumbir, cerramos los bares que abrimos y dejamos para otro día el descanso y el sosiego. Para otro día... ¿para qué día?, ¿nos vemos en el tanatorio?. A fin de cuentas, también hay un bar, y que yo sepa es el que más horas permanece abierto, sin duda...

Tomás Moro fue un teólogo y humanista, que, entre otras cosas, murió decapitado un 6 de julio, el mismo día de mi cumpleaños, dato que siempre ha de recordarme que en días festivos es mejor no perder la cabeza. En fin, a lo que estábamos; este pensador de testa bien amueblada tiene en la "UTOPÍA" su obra cumbre y más universal. En la misma, imagina un estado, una isla, y la manera más ideal de organizarla, gobernarla, etc... pero lo que a mí siempre me pareció más interesante es cómo desgranaba las horas de un día, a saber: 6 horas para el trabajo, 8 horas de sueño. El resto, tiempo libre... La verdad es que le cortaron la cabeza por otras circunstancias que no vienen a cuento, pero le pillan hoy en día diciendo lo mismo, y se la vuelven a cortar, seguro. La cabeza también...

Si no me equivoco, 10 horas para ser personas, estudiar, leer, participar en la comunidad, formar una familia, incluso criarla, echar la siesta, cocinar. Dios, tendríamos tiempo hasta para perderlo. En mi caso, lo tengo muy claro, y además lo he nombrado antes: me dedicaría a cocinar. Cocinar por el mero hecho de hacerlo, por el inmenso placer que me supone meterme en una cocina y simplemente cortar unas verduras para rehogar, o liarme la manta a la cabeza, sacar la artillería y la tecnología y jugar con las sorpresas que la bioquímica nos tiene reservadas para los sentidos. Y por supuesto, con tanto tiempo, preparar esos cocidos, potes o caldos que quieren de mimo, lentitud y paciencia, guisos perpetuos que se empiezan a degustar desde el momento en que empiezan a liberar aromas. A fuego lento, asomándome de vez en cuando, destapando, removiendo, bajando un poquito más el fuego, que no hay prisas, que esto está más bueno si está tres horas, en vez de dos. Si yo pudiera hacer eso todos los días...

Hay quien dice que no existe la comida rápida, en el sentido peyorativo del término, asociando velocidad con poca calidad. Más bien, existe la comida que nos comemos rápidamente. En definitiva, una hamburguesa de franquicia conocida puede ser igual de nociva que una tartar de gamba blanca con ajoblanco de coco, si ambas dos nos las comemos como posesos en segundos, de pie, como quitándonos el trámite de encima. No es que vaya yo a defender a McDonalds y similares, pero no creo que engañen tanto a la gente, cobrando lo que cobran por la comida. ¿O es que por esos míseros euros alguien espera que la carne sea de solomillo de buey Kobe?. De hecho, en contraposición a la refinada burguesía gastronómica que muchos cocineros han propuesto como sinónimo de lujo y genialidad, existe hoy en día una marcada tendencia a recuperar elementos de la despensa como caballas, sardinas, carrilleras y otros muchos géneros etiquetados como "baratos". Ferrán Adriá ya lo relativizó en su momento, expresando que prefería antes una buena sardina a una mala langosta. Pues en este sentido tenemos que recuperar el placer por la pausa, ya sea para saludar a alguien o para comer un huevo frito. En definitiva, echar el freno, Magdaleno, y volver a disfrutar de todo lo que sea susceptible de ser disfrutado, es decir, practicamente todo.

La prisa debería ser sólo una herramienta, un recurso a utilizar cuando fuera necesario, pero nunca un modus vivendi ni una excusa para justificar nuestra infelicidad. Sin embargo, la utopía queda lejos de la realidad que nos toca vivir, y lo cierto es que las seis horas de trabajo las convertimos (con muuuucha suerte) en horas de sueño. Las diez horas de tiempo libre las transformamos en horas de trabajo y esas otras ocho horas que quedan colgando nos las pasamos en un atasco, en un supermercado, en un bar, en el médico, en cualquier parte, pero eso sí, sin parar, que no llego, que no llego... y ya me comeré cualquier cosa por el camino...

Como siempre, terminaré hablando de comida. No deja de ser paradójico, pues en ocasiones un bocado exquisito requiere de pocos segundos de elaboración, y sin embargo, también merece el tiempo necesario para ser degustado con la misma tranquilidad y pausa que nos inspira una fabada, guiso excelso que se cocina sin prisa (dicho por la abuela de la tele, eh...) y que se come con menos prisa aún. Cuando hablo con la gente acerca de la alimentación, la salud, dietas y demas, me gusta siempre decir que engordamos más si comemos con remordimiento, y añadiría, con prisas malsanas. Y ya se lo que podeis pensar, que todo esto es muy bonito pero que no hay tiempo, que la realidad dicta lo contrario, que no llego, que no llego. Al menos, no me negareis que hay que intentarlo, y que si podemos parar un momento durante el día para tomarnos las cosas con pausa, estamos obligados a hacerlo. Si es una hamburguesa, pues disfruta de tu no-solomillo, y si es una fabada, pues suerte y que no nos tengamos que ver en el tanatorio... en el bar, quiero decir...

Y si alguien os pregunta qué vais a hacer el fin de semana, os recomiendo mi respuesta favorita: la digestión.

domingo, 20 de marzo de 2011

De olores y recuerdos

Cuesta trabajo echar la vista atrás y tratar de rememorar situaciones de nuestra más tierna y primitiva infancia. Al menos en mi caso, no sabría decir con certeza cuál es mi primer recuerdo como ser humano, qué edad tenía, en qué sitio estaba, con quién... cuando intento que esas imágenes aparezcan frente a mí, casi siempre obtengo resultados vagos y difusos, nada esclarecedores. Para eso soy nefasto, lo reconozco.

Bueno, quizás un poco más adelante, con 4 o 5 años, se empiezan a tener vivencias más significativas, cercanas al ámbito escolar, las primeras amistades y juegos. Recuerdos en blanco y negro, por supuesto, de esas míticas series de dibujos animados, que supe que en realidad eran en color gracias a las colecciones de cromos. Veis, ahora me voy animando y me resulta más fácil recordar. De todos modos, y sin extenderme mucho más, lo que ultimamente me ronda en la cabeza es pensar en recuerdos que se quedan realmente implantados en nuestra memoria, sin atisbo de duda, y que, en determinadas circunstancias, afloran con suma facilidad y dan lugar a que otros muchos recuerdos vean la luz con claridad. Me refiero a la memoria de la nariz, a los olores, aromas y esencias que penetran en nuestro cuerpo y se quedan a vivir para siempre. Y si esto es cierto en cualquier ámbito y circunstancia, es especialmente notorio cuando hablamos de los efluvios que han de escaparse de los fogones y las cocinas, estancias que desde pequeño han supuesto para mí objeto de fascinación e interés.

Porque hay olores que yo elevaría a la categoría de perfume, tan sencillos y simples como absolutamente sublimes. Y cada uno tenemos nuestra memoria olfativa, fundamentada en nuestros gustos, claro está, pero seguro que en muchos casos vamos a coincidir, los que estais al otro lado del monitor y un servidor. Por ejemplo...

Es un día gris y frío, otoñal. Una mañana tranquila en el pueblo de mis padres, hace muchos años, los suficientes como para que siga existiendo un horno de leña en la tahona y confluyan en el aire el olor de panes rústicos y rotundos, cociéndose al amparo del calor que proporcionan vetustos troncos de encina. Leña quemada, pan recién hecho, aire frío y húmedo... una delicia que me transporta, no sólo a esa mañana, sino a muchas otras, en invierno o en verano, pero todas con el mismo denominador común: el olor del pan. El horno de leña dió paso a uno industrial de fuel-oil, y quizás se perdió parte del encanto, pero el caso es que cada mañana el pueblo despierta con ese olor penetrante y atrayente. Y así pasa en tantos y tantos pueblos...

Una mañana cualquiera despierta en casa, y un aroma atraviesa el pasillo desde la cocina. En una sartén de hierro fundido se están hermanando unas patatas con algo de cebolla, en el seno de un aceite verdoso no excesivamente arrebatado por el fuego, casi confitando con mimo y paciencia a la humilde pareja. Es un aroma entre acre y dulzón, intenso y profundo, anuncio de una bendita tortilla, compendio de virtudes universales, humildad y sencillez, que dan como resultado una de las obras cumbres de la gastronomía ibérica, capaz de unir a todo un país en su disfrute y de dotar de una seña de identidad común a las narices de asturianos, andaluces, vascos o madrileños. Por supuesto, la de tu madre, la mejor del mundo.

Costa del sol, verano del ochenta y algo, paseo marítimo, chiringuitos, sol, arena y un perfume en el ambiente que no deja indiferente, por intenso y rotundo. Allí están, ensartadas en cañas, sufriendo su último calvario en este mundo, Santos Lorenzos de aguas saladas, brillo plateado y escamas chamuscadas que dejan resbalar gotas y gotas de omega-3, salpicando con viveza las ascuas ejecutoras, arrebatándose con la grasa y colaborando aún más si cabe al festival odorifero que proporcionan unos espetos de sardinas. Otro ejemplo más de humildad y sencillez, incomprendida especie por lo que supone cocinarlas dentro de una casa, pero que en ese entorno playero se convierten en un manjar de dioses, marinos y no marinos.

Y es así como me resulta más fácil evocar momentos de mi vida, a través de la memoria olfativa, que con tanta rapidez y precisión despiertan en mí recuerdos de la niñez. El olor a pimientos fritos, el chocolate que se funde, café recién hecho, y una innumerable lista de aromas que, de vez en cuando, nos hacen pararnos durante un instante cuando abrimos la puerta de casa y notamos en el ambiente algo familiar y conocido, pretérito e inmortal.

Para terminar, me gustaría recordar la película de animación "Ratatouille". En la misma, un crítico culinario implacable acaba por sucumbir y alabar la labor de la cocina cuando prueba un bocado del afamado guiso de verduras que da nombre al film, simple y llanamente porque es capaz de emocionarle y transportarle a los recuerdos de su más tierna infancia. Así que relajaos, inspirad  honda y profundamente y dejad que que el aire transporte al cerebro la esencia de vuestras vidas. Cada uno sabrá cuál o cuáles son.


(a partir del minuto 4 del vídeo)

sábado, 12 de marzo de 2011

Tres son multitud

El bueno, el feo y el malo... Pepi, Lucy y Boom... tres tristes tigres, las hijas de Elena; Fauna, Flora y Primavera... rojo, amarillo yyyy verdeeee... la santísima trinidad, Tricicle; primero, segundo y postre... los tres cerditos, el trío calavera, el grupo Lalala, los tres mosqueteros (el otro era un niñato acoplado)...

Tres, un número especial, con un algo de cosmicidad y comicidad. Una cifra que marca la diferencia, que rompe la paridad, que desafía el equilibrio de las cosas, o por el contrario, equilibra extremos opuestos aparentemente imposibles de conciliar. El tres también es riesgo, pues en ese desafío que a veces supone, los seres humanos se embarcan en vorágines amatorias, triángulos bizarros de amor y odio, de lujuria incontenible e inconformismo. Lanzados en tumba abierta hacia lo prohibido e irresistible, aun a sabiendas de que el desenlace final estará escrito con renglones torcidos y borrosos, sin perdices que comer.

Pero el ser humano es así, incontenible, inconformista, puede que de espíritu ternario. Y en el mundo de la música, en el del rock para ser más exactos, encontramos ejemplos a lo largo de la historia que vienen a refrendar todo lo que estamos comentando con anterioridad. Artistas y bandas que, en formación de trío, han supuesto aportaciones geniales al devenir de la música popular. Y como resulta que la música es una de mis grandes pasiones, como ya sabeis, me gustaría hoy hacer un pequeño homenaje a esos tríos que, desafiando lo establecido y asumiendo riesgos, han demostrado que tres valen por seis.

Tendríamos que remontarnos a los benditos años 60 para encontrar al primer supergrupo de la historia. Cream apostó por el formato de trío, contando en sus filas a la guitarra con un tal Eric Clapton, Ginger Baker en la batería y Jack Bruce en el bajo. Esta tipología clásica (guitarra, bajo, batería) se iría repitiendo a lo largo del tiempo, aunque ya veremos alguna honrosa excepción. Eran años de psicodelia y experimentación, y sin duda la música de Cream destilaba ambas.

 

El gran Hendrix también apostó por hacerse acompañar tan solo de un bajo y batería para desplegar todo su arsenal de pirotecnia y efectismo, todo un precursor e innovador de la guitarra. El blues y el funk traspasaban las fronteras y se convertían en andanadas incendiarias musicales.


Ese triunvirato eléctrico en ocasiones se altera, como en el caso de Emerson, Lake & Palmer, en el que los teclados abanderan el protagonismo sonoro, con el rock progresivo como telón de fondo y con grandilocuencia casi orquestal. Fenómeno de masas, tan excesivo como fundamental.


Herederos de la tradición sinfónica y progresiva, y aún en activo, Rush es otra de esas bandas de culto que tienen en el directo su mayor activo. De nuevo se vuelve a demostrar que tres músicos en escena se bastan y se sobran para proporcionar a la audiencia un espectáculo de rock con mayúsculas, con tanto virtuosismo como energía desbordante.


Surgen nuevas bandas, ya encaminada la decada de los 70, con nuevos estilos tan dispares como efectistas. ZZ Top practican un boogie-rock genuino y contundente, y pasarán por siempre a la historia por su estética de barbas y bigotes superlativos. Tres tejanos incombustibles.


The Police irrumpieron como un huracán en el panorama musical de finales de década, como complemento perfecto al movimiento punk, tomando la energía de aquel, pero aceptando sin complejos la influencia de otros estilos. Sin duda un grupo de los imprescindibles, con una vida efímera en lo discográfico, pero con un legado más que fundamental para todas aquellas bandas que han hecho de la fusión una manera de entender la música.


Lo cierto es que los eternos 80 no aportaron nada especialmente relevante al mundo del rock, en lo que a los tríos se refiere, claro está. Es en la decada siguiente cuando hace su aparición una banda que viene a revolucionar el panorama musical, emblema de una generación incipiente, tan insatisfecha como desorientada, necesitada de una excusa para canalizar la rabia contenida y reverenciar nuevos ídolos con los que identificarse. Nirvana era todo eso, y además supuso todo un fenómeno de ventas y de masas, una vorágine de éxito que termino por devorar la figura de Kurt Cobain, tan irresistiblemente desgarrador como melancólico, y a la postre, tan frágil y desválido que acabó siendo víctima de sí mismo.


Y ya en este siglo, el trío más mediático y aglutinador, Muse, abanderados de una generación tecnológico-dependiente, insospechados en sus propuestas y espectaculares en sus directos, fieles herederos de glorias perecederas capaces de llenar estadios y de globalizar los oídos de millones de personas a lo largo y ancho del globo.


Para terminar, no quería abandonar mi paseo por el apasionante mundo del "tres en rock" sin hacer mi humilde y sincero homenaje a una banda española, Psicotropia, seguramente desconocida para la inmensa mayoría, pero merecedora de todo el reconocimiento. En ellos se entretejen con hábil maestría elementos clásicos y pretéritos del rock con tendencias y vanguardias de la más rabiosa actualidad. Honestos y fieles a sí mismos, son animales de escenario y un servidor ha tenido la suerte de comprobarlo en más de una ocasión. Y hasta aquí la odisea musical del tres. Son muchos los que se han quedado sin nombrar: Motorhead, Placebo, Primus, Green Day, Leño... para gustos, los cólores y los números. Lo que está claro es que el tres da mucho de sí, y que el trío es un formato que siempre me ha gustado. Musicalmente, se entiende...


martes, 8 de marzo de 2011

Respeto

Ya se que parece ventajista ponerme a escribir precisamente hoy, siendo el día que es, de un término tan nombrado como pisoteado. Lo cierto es que decidí darle su cuota de protagonismo unos días antes, cuando una dichosa amigdalitis aguda hacía de las suyas en mi cavidad orofaringea, poblando mis degluciones de amarguras y sinsabores, y haciendo que su majestad la fiebre obrase en mi cuerpo cual déspota ilustrado, todo para el pueblo pero sin el pueblo. 

En esas estaba yo, haciendo uso del servicio de urgencias sanitarias, e implorando a todos los dioses habidos y por haber para que, más temprano que tarde, a poder ser, un titulado y docto personaje emitiese la palabra que viniera a despertarme del febril e infecto hechizo: amoxicilina... y acabaría por oirla, pero en fin, más tarde que temprano, que así son las cosas en el maravilloso mundo de la atención primaria. Así que me dispuse a esperar y de paso observar un poco la situación: padres con niños semidormidos y febriles, recién lesionados de partidillo de los sábados, hasta un esposado con pareja de policía incorporada... y sobre todo, mucha, mucha gente mayor, ancianos solitarios sin más compañía que un bastón, miradas perdidas, bocas semiabiertas, soledades vestidas con gorra y pantuflas... personas que esperaban, como yo, ser atendidas, o escuchadas, o consoladas, qué se yo.

Una voz abrupta y muy lejana me trae de vuelta a la realidad, la de la sala de espera atestada e impaciente. Al principio no doy mucho crédito, pero sí, efectivamente: el Señor Don Licenciado permanece sentado tras su mesa, al otro lado de un pasillo que comunica con el mundo enfermo, tras unos cinco metros de distancia. A ver si yo me aclaro: mis datos han sido informatizados en admisión, optimizados según la prioridad del caso, reflejados en el monitor del ordenador de susodicho doctor... y resulta que a los enfermos nos están nombrando a voces, como un cabrero en la sierra, apoltronado en su silla, tras la mesa que está al final del pasillo de cinco metros que va a dar con una puerta que comunica con el mundo enfermo. A voces... dios...

Voces que parecen salir de la nada, ininteligibles y perdidas en el éter. Voces que un oído anciano y nonagenario no puede oir, sospecho... y confirmo. Porque aquí viene el meollo. No digo que sea probable, pero sí que posible que cuando tenemos noventa años oímos peor que con cuarenta. Y el señor que tengo a mi derecha no escucha su nombre ni la primera vez, ni la segunda... qué coño, ninguuuuuuuuno acertamos a interpretar un nombre y apellidos tras ese voceo pastoril. Y a la tercera alguien acierta a decirle "creo que le llaman a usted". Y él se levanta, mirada perdida, boca semiabierta, soledad vestida con gorra y pantuflas, y se le caen las gafas, y la cartera, y su abono-transportes, las llaves, veinte euros arrugados. Y mientras dos personas le ayudan, no ya a recoger las cosas, sino más bien a tranquilizarle, entonces es cuando aparece en escena majestuoso, el Señor Don Licenciado, que pobrecito mío, se ha tenido que levantar, avanzar cinco metros, y desde el quicio de la puerta que separa el mundo enfermo de la sapiencia, vuelve a vocear como parece que sólo él sabe hacer:
- "Señor, que venga deprisa, que le estoy nombrandooooo".
Y se da media vuelta, sin dar opción a la réplica. Total, un anciano rendido, casi en cuclillas intentando recoger su cosas, intentando controlar sus jadeos preocupantes, intentando recuperar su dignidad, resulta que debería comportarse como Usain Bolt, ready-set-go, un brinco y a correr... en fin, para rematar, casi termina metiéndose en el baño en vez de la consulta.

No dudo que fue atendido en sus necesidades a posteriori, pero pensé en ese momento: "¿por qué narices es tan complicado ganarse el respeto de alguien, y es tan sumamente fácil perderlo?". Aquel anciano merecía respeto, no por anciano desvalido enfermo, no. Lo merecía porque el respeto es de obligado cumplimiento, que se podría decir. La realidad es bien distinta, y los males del mundo pasan por una reiterada y constante falta mutua de respeto. Y es que en ese momento, cuando lo más fácil era lapidar públicamente al Señor Don Licenciado, me dió por imaginar la cantidad de veces que habría sufrido en sus carnes faltas de respeto por la otra parte, cuántas veces habría oido insultos y gritos de pacientes indignados con el sistema, impotentes, pagando el pato con el médico, lo primero que les venía a mano. Así, en todos los ámbitos, con todas las personas, en los trabajos, en los mercados, en la política... medio mundo le ha perdido casi por completo el respeto al otro medio.

Pero para eso está este blog, para encender una pequeña linterna y arrojar algo de luz. Hay dos cosas que me encantan, me apasionan, y ambas dos son capaces de unir, cohesionar, borrar fronteras (físicas y mentales) y fomentar el sano ejercicio del respeto por todo, por todos, de todos y para todos: la MÚSICA y la COCINA. Al menos, siempre nos quedará el degustar y paladear melodías y acordes, o podremos vibrar mientras escuchamos el crepitar de una cazuela que, sin prisa, con cariño y con respeto, cocina en sus entrañas un guiso sublime, que hará que todos nos juntemos en una misma mesa dispuestos a disfrutar del mismo, sin importarnos si somos médicos, policías, ancianos, Usain Bolt o amigdalíticos...

P.D.: mi más sincero y cariñoso recuerdo para los profesionales de la atención médica y, por supuesto, para el sector agropecuario, más en concreto el dedicado al noble y sufrido trabajo del pastoreo.


domingo, 6 de marzo de 2011

Pues eso...

Ayer por la noche, 39,5º... por fin tengo más de los que aparento...

Qué caramba, que estamos en carnavales y algo de retranca habrá que tener, vamos digo yo.


Hoy no me da para más...

domingo, 27 de febrero de 2011

El menos común de los sentidos

Bien recuerdo de mi etapa escolar cuando se nos citaban los cinco sentidos del cuerpo humano, a saber, vista, olfato, oído, tacto y gusto. Con el tiempo el conocimiento de los mismos se engrosaba con aquella frase en la que se aludía a un sexto sentido que añadir, el más común de los sentidos, el sentido común.

De los cinco primeros poco tengo que añadir, salvo el hecho de que afortunadamente los conservo, y si bien algunos los tengo en el taller, entre todos conforman un equipo más que razonable y capaz de proporcionarme numerosos momentos de placer, deleite y disfrute, en lo que a ingerir y saborear se refiere sobre todo. En cuanto al sexto sentido, en fin, a veces se nos olvida en casa, o lo que es peor, lo llevamos encima y no se nos ocurre usarlo. Aún así, le sigo teniendo fe, no se si porque no me queda más remedio o porque la experiencia viene a demostrar que el sentido común es el que nos proporciona las soluciones menos malas... y además hicieron una película con su nombre, que quieras que no...

Pero, ay, por lo que estoy realmente preocupado es por el devenir del que, considero yo, es el séptimo sentido, en grave peligro de extinción y en situación crítica. Me estoy refiriendo al sentido del humor. Y lo pongo en séptimo lugar por no enredar, porque creo que precisamente debería ser el motor de nuestras vidas, la piedra angular de ese proyecto que llamamos vivir. Que no hay humor, vamos...

Habrá quien dirá que claro, con esta crisis no estamos para bromas, que si el paro, el precio de la gasolina, la subida de la luz, y un sin fin de contratiempos y amarguras con las que tenemos que convivir y que, por lo visto, nos impiden sonreir, o mejor dicho, no nos dejan buscar el lado cómico de las cosas. Porque todo tiene un lado cómico, sin duda. Os contaré algo, que algunos es posible que ya sepais. Resulta que en 2010 fuí padre por segunda vez. 

Nicolás se asomó a este mundo amargo y aparte de traer su pan debajo del brazo, también nos vino con alguna sorpresilla más en forma de trisomía del par cromosómico número 21. "SÍNDROME DE DOWN" (down... down... down...) retumbó en mi cabeza. Te tiras una vida escribiendo páginas, viviendo historias y claro, nunca se te ocurre pensar que hay historias reservadas para tí que tú, ni has escrito ni has planeado. Pues eso, mi hijo nació con Síndrome de Down, que digo yo, que down en inglés es "abajo", que será por el bajón que te entra con la noticia... Bueno, que me estoy yendo. En fin, no creo que a nadie le extrañe que en cuestión de segundos mi mundo se tambaleó. Parecía una bromita pesada del destino, teniendo en cuenta que llevo trabajando casi 8 años en un centro de atención a personas con discapacidad (down... down...), y fueron, son y serán momentos complicados. Pero hubo algo en ese día que parecía empeñado en que yo levantase la cabeza, mirase al frente y cogiese el toro por los cuernos. Y fue el sentido del humor...

miércoles, 23 de febrero de 2011

Hola, ¿hay alguien ahí?...

Todo tiene su momento en esta vida, y no hace mucho que en la mía propia ha habido un punto de inflexión que me ha hecho reflexionar y me ha llevado a hacer justo lo que estoy haciendo en este momento: publicar un blog.
Tras una década lozana, en la que abandoné el post-peterpanismo y me asenté como adulto capaz de hacer algo con su vida, finalmente he visto la luz y he abrazado la cruda, digamos al punto, realidad. Dicho de otro modo, para que se me entienda: tengo 36 años, y los aparento, de cabo a rabo. Parece una tontería, pero no lo es, de ningún modo.
Y claro, hay que echar la vista atrás, y ser consciente de varias cosas:
  1. Hace aaaaaaaños que no cierras ningún bar.
  2. Te quedas dormido viendo el tour de Francia.
  3. En dos de cada tres conversaciones en las que intervienes aparecen "tus hijos".
  4. La última cita que tuviste fue para ir al médico... con tus hijos...
Y podría seguir, y seguir, pero no lo haré, no. Nada de lamerse las heridas. Esto es lo que hay, una feroz transición de treintañero a treintón, de niña a mujer, de "¿tienes fuego?" a "señor, ¿tiene hora?". Y como es inevitable y tenía que pasar, pues eso, publico un blog, que parece ser que es lo que tarde o temprano todo cristo acaba por hacer.
Así que aprovecharé  mi amplio bagaje (mierda, es mi primera entrada y no se si bagaje se escribe así) para ir dejando pinceladas de todo un poco, de aquí y allá, de fogones y bemoles, de mitos y timos y, en fin, de cualquier cosa que se me pase por la cabeza.