miércoles, 9 de enero de 2013

COSAS

     Cosas que pasan, que se dicen, que se hacen. Que no obedecen a nada en concreto, o quizás sí, pero en cualquier caso, cosas que acaban por definirnos a las personas, tarde o temprano; cosas que nos humanizan, nos igualan. Detalles que no se percibían con anterioridad, pero que alguien se encarga de mostrar y amplificar, para que digamos "es verdad, no me había fijado". Cosas, son aquellas pequeñas cosas, que cantaba Serrat de tan hermosa manera.

     Cosas como, por ejemplo, que cuando empieza a llover, encogemos los hombros, porque todo el mundo sabe que, de ese modo, no nos mojaremos. O que, llegada cierta edad, en el cenit del andropausismo más exacerbado, los hombres que se suben a un automóvil y no van a conducirlo, se agarran fuertemente al asidero (¿inútil?) que hay arriba, en un lateral. Sí hombre, esa cosa a la que se aferran, aunque el coche no esté arrancado. Es más, en caso de gravísimo accidente, seguramente se podría identificar a la víctima porque su mano quedó anclada en el asidero. Ni cinturón, ni air-bag, ni gaitas...

     O que suene el teléfono, a medio metro escaso de tí, pero no lo coges, no. Porque "será para tí, cariño". O que llegues al restaurante, tu mujer y tú, y que la persona que amablemente te atienda te pregunte, con una sonrisa superlativa: "¿mesa para dos?". Y entonces, tú, con otra sonrisa inabarcable, de dientes apretados, contestas que sí, porque somos dos ¿no?. No se, al menos al salir de casa parecía muy claro. En fin, peor sería ir sólo al restaurante y que también te preguntarán "¿para dos?", señal de que te has pasado tres pueblos estas navidades con los ácidos grasos y los derivados de la uva.

     A veces son cosas que decimos para maquillar la realidad, para adornarla con tintes variopintos y con pinceladas sutiles, de modo que llega un momento en el que olvidamos la verdad primigenia. Qué se yo... sobremesa tras la comida, en el televisor finaliza el telediario, o puede que vayan a dar el parte meteorológico. Si a esto le añadimos un sofá, una mantita, unos brazos cruzados en la pechera y, generalmente, una frase del tipo "ya era hora de que me sentara hoy", el resultado más que probable es, por orden, una boca semiabierta, unos generosos ronquidos (mira que lo dudo, que yo no ronco) y, una vez más, un parte meteorológico que se va al limbo. Tras una media hora, puede que más, nuestra querida señora, que no he explicado antes que esto es muy de señoras, aunque extrapolable a toda la humanidad, abre los ojos como sobresaltada, como si hubiera hecho algo malo, exhala un suspiro y un carraspeo y dice aquello de "uy, parece que me he quedado transpuesta"... como si hubiera estado pensando en sus cosas. Yo os aseguro que, por mucho que piense, y tampoco es algo que haga a menudo, la verdad, nunca he sufrido como efecto secundario la segregación de baba con recorrido latero-bucal combinada con resequedad de hueco palatino. Yo, como todo hijo de vecino, me quedo sobao como un dulce pasiego, y ancha es Castilla.

     Pero eso sí, casi nunca asuntos de gravedad. Son pequeñas cosas, inocentes y a menudo imperceptibles, que puede que no cambien el mundo con su existencia, pero tampoco lo van a desmoronar. Qué complicado es cambiar el mundo, ¿verdad?. Somos todos tan comunes y vulgares, tan poco influyentes, tan pequeños, inocentes e imperceptibles, que pensamos que nada de lo que hagamos trascenderá, ni será importante; nunca seremos los protagonistas de la historia, ni siquiera secundarios. Si acaso seremos los figurantes, haremos bulto sólo para que la escena se vea bonita, pero sin abrir la boca, pues nuestro papel no tiene texto. Y así sucede, que hay muchas pequeñas cosas que dejamos de hacer, porque pensamos que poco importarán nuestros actos o decisiones, y más cuando son tan ínfimos. Entonces, dejaremos de firmar apoyando una causa porque como no va a servir de nada, ¿no?; no pondremos una reclamación, aunque haya motivos y tengamos la razón por bandera; diremos que "sí", aunque nuestro corazón y nuestra conciencia siempre nos ha dicho que "no"; no daremos aquel beso que tanto deseábamos, no cogeremos ese tren, no emprenderemos el sueño de nuestras vidas (porque no es el momento, claro, nunca es el momento), no haremos esa llamada, no dejaremos nuestro trabajo... dejaremos de hacer una serie de cosas y nuestra vida seguirá igual que siempre, sin sobresaltos. Porque nada de lo que hagamos, de lo que hacemos, hace que este mundo mejore de lo suyo...

     Os propongo una cosa sencilla, muy sencilla, inocente y seguramente banal e imperceptible; os propongo que en el plazo de 24 horas firméis apoyando una causa en la que creéis, decid "no" cuando no queréis, dad los besos que sentís necesarios, coged un tren, recordad vuestro sueño (que lo tenéis  seguuuuro), haced esa llamada... lo de dejar el trabajo... no os preocupéis, de eso ya me encargo yo... no hagáis nada grandilocuente ni exagerado, ni grandes obras. Sólo pequeños gestos, pequeñas cosas, que son las que sin duda alguna, realmente mueven el motor de las vidas, de la tuya, la mía y la de todos los demás. Yo, desde luego, pienso seguir encogiendo los hombros cuando llueve. Espero sin duda llegar a viejuno, montarme en un coche y aferrarme al asidero con las dos manos, y por descontado, quedarme transpuesto todas las veces que haga falta, sobre todo si en ese intervalo más o menos breve he tenido tiempo de soñar con emprender una pequeña aventura, puede que simple, pero que seguro cambiará mi vida y la de los seres que me rodean.

     Así son las cosas...