domingo, 10 de abril de 2011

A fuego lento

Llevo largo tiempo sin escribir nada, bien por falta de tiempo, de ganas, permiso no retribuido de las musas o simplemente, porque no me da la gana. Y hay quien me lo ha hecho saber, como si yo no me hubiera dado cuenta: "oye, que hace mucho que no escribes en el blog...". Que sí, copón (como me gusta esta palabra, así, bien dicha con rotundidad, con orgullo manchego), que me hago cargo, ya escribiré cuando... vamos... en fin... cuando sea... cuando yo TENGA LA NECESIDAD, porque de eso se trata...

Bromas aparte, me lleva rondando hace unos días el tema que hoy me ocupa, muy manido en nuestros días, topicazo del copón (ay, qué bien suena), pero que en definitiva no deja de ser una gran certeza. La presión, las prisas, este ritmo de no-vida al que estamos abocados, esa angustia que nos bloquea, que no llego, que no llego, que he llegado, pero con la lengua fuera, por los pelos y vengadeprisaquellegamostardeacualquierotrolado. Los días pasan con vértigo rutinario, fugaces y veloces, implacables en su acotación horaria (me faltan horas, me faltan) y cuando nos llega el reposo, el fin de semana, más bien lo convertimos también en el fin de los tiempos, nos inventamos otras vorágines en las que sucumbir, cerramos los bares que abrimos y dejamos para otro día el descanso y el sosiego. Para otro día... ¿para qué día?, ¿nos vemos en el tanatorio?. A fin de cuentas, también hay un bar, y que yo sepa es el que más horas permanece abierto, sin duda...

Tomás Moro fue un teólogo y humanista, que, entre otras cosas, murió decapitado un 6 de julio, el mismo día de mi cumpleaños, dato que siempre ha de recordarme que en días festivos es mejor no perder la cabeza. En fin, a lo que estábamos; este pensador de testa bien amueblada tiene en la "UTOPÍA" su obra cumbre y más universal. En la misma, imagina un estado, una isla, y la manera más ideal de organizarla, gobernarla, etc... pero lo que a mí siempre me pareció más interesante es cómo desgranaba las horas de un día, a saber: 6 horas para el trabajo, 8 horas de sueño. El resto, tiempo libre... La verdad es que le cortaron la cabeza por otras circunstancias que no vienen a cuento, pero le pillan hoy en día diciendo lo mismo, y se la vuelven a cortar, seguro. La cabeza también...

Si no me equivoco, 10 horas para ser personas, estudiar, leer, participar en la comunidad, formar una familia, incluso criarla, echar la siesta, cocinar. Dios, tendríamos tiempo hasta para perderlo. En mi caso, lo tengo muy claro, y además lo he nombrado antes: me dedicaría a cocinar. Cocinar por el mero hecho de hacerlo, por el inmenso placer que me supone meterme en una cocina y simplemente cortar unas verduras para rehogar, o liarme la manta a la cabeza, sacar la artillería y la tecnología y jugar con las sorpresas que la bioquímica nos tiene reservadas para los sentidos. Y por supuesto, con tanto tiempo, preparar esos cocidos, potes o caldos que quieren de mimo, lentitud y paciencia, guisos perpetuos que se empiezan a degustar desde el momento en que empiezan a liberar aromas. A fuego lento, asomándome de vez en cuando, destapando, removiendo, bajando un poquito más el fuego, que no hay prisas, que esto está más bueno si está tres horas, en vez de dos. Si yo pudiera hacer eso todos los días...

Hay quien dice que no existe la comida rápida, en el sentido peyorativo del término, asociando velocidad con poca calidad. Más bien, existe la comida que nos comemos rápidamente. En definitiva, una hamburguesa de franquicia conocida puede ser igual de nociva que una tartar de gamba blanca con ajoblanco de coco, si ambas dos nos las comemos como posesos en segundos, de pie, como quitándonos el trámite de encima. No es que vaya yo a defender a McDonalds y similares, pero no creo que engañen tanto a la gente, cobrando lo que cobran por la comida. ¿O es que por esos míseros euros alguien espera que la carne sea de solomillo de buey Kobe?. De hecho, en contraposición a la refinada burguesía gastronómica que muchos cocineros han propuesto como sinónimo de lujo y genialidad, existe hoy en día una marcada tendencia a recuperar elementos de la despensa como caballas, sardinas, carrilleras y otros muchos géneros etiquetados como "baratos". Ferrán Adriá ya lo relativizó en su momento, expresando que prefería antes una buena sardina a una mala langosta. Pues en este sentido tenemos que recuperar el placer por la pausa, ya sea para saludar a alguien o para comer un huevo frito. En definitiva, echar el freno, Magdaleno, y volver a disfrutar de todo lo que sea susceptible de ser disfrutado, es decir, practicamente todo.

La prisa debería ser sólo una herramienta, un recurso a utilizar cuando fuera necesario, pero nunca un modus vivendi ni una excusa para justificar nuestra infelicidad. Sin embargo, la utopía queda lejos de la realidad que nos toca vivir, y lo cierto es que las seis horas de trabajo las convertimos (con muuuucha suerte) en horas de sueño. Las diez horas de tiempo libre las transformamos en horas de trabajo y esas otras ocho horas que quedan colgando nos las pasamos en un atasco, en un supermercado, en un bar, en el médico, en cualquier parte, pero eso sí, sin parar, que no llego, que no llego... y ya me comeré cualquier cosa por el camino...

Como siempre, terminaré hablando de comida. No deja de ser paradójico, pues en ocasiones un bocado exquisito requiere de pocos segundos de elaboración, y sin embargo, también merece el tiempo necesario para ser degustado con la misma tranquilidad y pausa que nos inspira una fabada, guiso excelso que se cocina sin prisa (dicho por la abuela de la tele, eh...) y que se come con menos prisa aún. Cuando hablo con la gente acerca de la alimentación, la salud, dietas y demas, me gusta siempre decir que engordamos más si comemos con remordimiento, y añadiría, con prisas malsanas. Y ya se lo que podeis pensar, que todo esto es muy bonito pero que no hay tiempo, que la realidad dicta lo contrario, que no llego, que no llego. Al menos, no me negareis que hay que intentarlo, y que si podemos parar un momento durante el día para tomarnos las cosas con pausa, estamos obligados a hacerlo. Si es una hamburguesa, pues disfruta de tu no-solomillo, y si es una fabada, pues suerte y que no nos tengamos que ver en el tanatorio... en el bar, quiero decir...

Y si alguien os pregunta qué vais a hacer el fin de semana, os recomiendo mi respuesta favorita: la digestión.