viernes, 1 de febrero de 2013

TIENESQUE

     Tienes que llorar. Sí, ya se que acabas de nacer, que estás aturdido y asustado, pero tienes que llorar, porque es lo que está esperando tu madre mientras despatarrada perdida desea escuchar el berrido de su retoño para quedarse tranquila. Así que llora, si no quieres que algún miembro del servicio de salud te de un par de ostias, para que llores por algo. Y tienes que comer, comer mucho. Come, come, come, que no haces peso y tu madre tiene que escuchar en pediatría que no estás en tu talla, que aumente las dosis. Dos tetas no, tres. Come. Y duerme, duerme mucho. Aguanta un poco más sin comer, que tus padres quieren vivir, y están cansados. ¿En qué quedamos, comes o duermes?. Pues ya te has despertado, así que... come, come...

     Tienes que sonreír  Sonríe, borde, que te van a hacer una foto. Y otra vez que miras para otro lado. Sonríe, que les hace ilusión, que todos piensan que les sonríes porque eres todo simpatía, y así se marcharán, pensando "pues yo creo que le he caído bien". Tienes que aprender a sentarte, y a gatear, sobre todo a gatear, que si no gateas, tu desarrollo psicomotriz se puede ver afectado para toda la vida; tu hermano no gateó, pero tú sí tienes que hacerlo, vago redomado. Demontre de niño... y tienes que andar, que ya es hora, que digo, ya es año, y tengo la espalda molida de llevar un peso muerto a cuestas. Y en cuanto te descuides, tienes que controlar esfínteres, que por tu edad ya deberías y tus padres no van a ir a la escuela a cambiar pañales; qué digo, no te dejarán entrar en la escuela, directamente... 

     Tienes que darle un beso a esa señora, que no sabes quién es. Sí hombre, una hermana de una prima segunda de tu padre, que en el pueblo todos somos primos segundos, terceros, cuartos... así que dale un beso y se educado. Y si te da repelús los pelos de su barbilla, te aguntas, que tu madre te está taladrando con la mirada... y no te limpies la cara después del beso, descastado. Y tienes que coger bien la cuchara, y no agachar la cabeza, que no eres un perro, que comes como los pavos. Claro, mira cómo te has puesto. Porque tienes que sentarte bien, y arrímate a la mesa, que estás poniendo el suelo perdido.

     Tienes que hacer los deberes, y hasta que no termines, no te bajas a la calle. Bueno, y si bajas, tienes que abrigarte bien, que hoy hace frío, mucho frío, así que tienes que ponerte el pasamontañas. Sí, sí, sí, te lo pones; ¿qué dices?, ¿que te pica la cara y te asfixias?. Si quieres bajar te lo pones, pero termina los deberes. Y tienes que subir a casa a las seis y media, que ya se hace muy pronto de noche, y no se te ocurra meterte en ningún bar a jugar a las dichosas maquinitas, que un bar no es sitio para niños.

     Tienes que estudiar B.U.P. en el instituto, cuando acabes la E.G.B., porque ha dicho un pedagogo que, debido a tu desarrollo y evolución en el colegio, tu futuro tiene que estar orientado a titularte en una especialidad universitaria. Además, parece que tienes que centrarte en las ciencias, porque es donde has sacado mejores notas. Sin duda, al instituto. Alguno de tus amigos parece que estudiará en F.P., que allí no tendrán tanta exigencia, porque ellos no son tan estudiosos como tú, así que tienen que prepararse para aprender algún oficio, qué se yo, electricista, peluquera... Qué suerte has tenido; tú no serás ni electricista, ni peluquera... serás científico, por lo visto. Vas a cumplir catorce años, así que tienes que hacerte a la idea.

     Tienes que bebértelo de un trago, no vas a ser tú menos, que están todos haciendo lo mismo. Jesús, qué angustia, venga para adentro. Y vaya mierda de música que ponen aquí, pero tienes que quedarte, no te vas a ir sólo a casa. Tienes que aguantarte y esperar... por fin nos vamos. Dios, qué mareo. Tienes que vomitar, pero hazlo ahora, en la calle, ni se te ocurra hacerlo en casa. Tienes que acostumbrarte, que en la universidad las fiestas serán así, o peores. Porque mañana te examinas de selectividad, así que tienes que sacar nota suficiente para poder estudiar lo que quieres. Tienes que aprobar, bueno, algo más de aprobado, que si no, no te llega y tendrías que hacer derecho, o filosofía, y eso no tiene salida ninguna... espera (fin del vómito), espera, si mi opción tampoco tiene salida. Salida, salida... ni siquiera he cruzado la entrada y ya estoy pensando en no poder salir. Definitivamente, tienes que dormir la mona...

     Tienes que prepararte unas oposiciones. Si no, para qué narices has estudiado una carrera. Porque todo lo que estudies ahora, hará que en un futuro ganes más dinero con menos esfuerzo. Tienes que... ¡anda, cuanto tiempo sin vernos!; qué digo, desde el colegio. ¿Y cómo os va la vida, qué hacéis ahora?. Ah, que estáis trabajando los dos... no me digas, ¿que has puesto una peluquería?; y tú, en una empresa de instalaciones eléctricas... ya, ya... no, yo vivo con mis padres. De vez en cuando hago cosas esporádicas, para mis gastos, pero vamos, no como para comprarme un piso, como vosotros... (suspiro). Tienes que moverte, céntrate, el trabajo no va a llamar a tu puerta, algo tendrás que hacer, no vas a estar toda la vida así que...

     ...tienes que trabajar, porque el dinero es lo que mueve el mundo, y no cae del cielo precisamente (más bien se evapora). No está mal el trabajo que tienes, pero no te olvides de que tienes una titulación, y querrás que te vaya mejor en la vida, ¿no?. Fíjate en el hijo de la vecina, que sacó plaza fija en la administración y ahí lo tienes, indefinido con un sueldazo, y ya se ha comprado coche. Bueno, no trabaja "de lo suyo", pero como lo que le  pedían era una licenciatura, pues le ha valido. Porque un licenciado sí que cobra más que un diplomado, ¿no?. Por cierto, tienes que contarnos quién es esa chica que te llama tanto últimamente a casa; a ver si espabilas, que tienes unos años y ahora es cuando hay que hacer las cosas, no vas a ser padre a los cincuenta.

     Tienes que... espera, espera un momento. Paraparaparapara. Porque tienes que parar, digo yo, en algún momento. Ya, cuenta hasta diez. Mejor hasta cien, para ir sobre seguro. Muuucho mejor, más tranquilo y sosegado, dispuesto a seguir con lo tuyo, que a veces nos ponemos a pensar, generamos un bucle infinito de pensamientos y no paramos, y venga, venga, dándole vueltas a lo mismo, y resulta que no, que en absoluto nada es tan grave ni tan indispensable para nuestras vidas. Es muy fácil; básicamente sólo hay que hacer dos cosas a lo largo de nuestra existencia: equivocarnos y aprender. Y si somos capaces de hacerlo, comprenderemos que todos los "tienesque" han podido servir para algo, aunque hayamos tardado mucho tiempo en darnos cuenta. Así que aquí lo dejo, que tengo que terminar de redactar este post... ah, y tú tienes que leerlo...

miércoles, 9 de enero de 2013

COSAS

     Cosas que pasan, que se dicen, que se hacen. Que no obedecen a nada en concreto, o quizás sí, pero en cualquier caso, cosas que acaban por definirnos a las personas, tarde o temprano; cosas que nos humanizan, nos igualan. Detalles que no se percibían con anterioridad, pero que alguien se encarga de mostrar y amplificar, para que digamos "es verdad, no me había fijado". Cosas, son aquellas pequeñas cosas, que cantaba Serrat de tan hermosa manera.

     Cosas como, por ejemplo, que cuando empieza a llover, encogemos los hombros, porque todo el mundo sabe que, de ese modo, no nos mojaremos. O que, llegada cierta edad, en el cenit del andropausismo más exacerbado, los hombres que se suben a un automóvil y no van a conducirlo, se agarran fuertemente al asidero (¿inútil?) que hay arriba, en un lateral. Sí hombre, esa cosa a la que se aferran, aunque el coche no esté arrancado. Es más, en caso de gravísimo accidente, seguramente se podría identificar a la víctima porque su mano quedó anclada en el asidero. Ni cinturón, ni air-bag, ni gaitas...

     O que suene el teléfono, a medio metro escaso de tí, pero no lo coges, no. Porque "será para tí, cariño". O que llegues al restaurante, tu mujer y tú, y que la persona que amablemente te atienda te pregunte, con una sonrisa superlativa: "¿mesa para dos?". Y entonces, tú, con otra sonrisa inabarcable, de dientes apretados, contestas que sí, porque somos dos ¿no?. No se, al menos al salir de casa parecía muy claro. En fin, peor sería ir sólo al restaurante y que también te preguntarán "¿para dos?", señal de que te has pasado tres pueblos estas navidades con los ácidos grasos y los derivados de la uva.

     A veces son cosas que decimos para maquillar la realidad, para adornarla con tintes variopintos y con pinceladas sutiles, de modo que llega un momento en el que olvidamos la verdad primigenia. Qué se yo... sobremesa tras la comida, en el televisor finaliza el telediario, o puede que vayan a dar el parte meteorológico. Si a esto le añadimos un sofá, una mantita, unos brazos cruzados en la pechera y, generalmente, una frase del tipo "ya era hora de que me sentara hoy", el resultado más que probable es, por orden, una boca semiabierta, unos generosos ronquidos (mira que lo dudo, que yo no ronco) y, una vez más, un parte meteorológico que se va al limbo. Tras una media hora, puede que más, nuestra querida señora, que no he explicado antes que esto es muy de señoras, aunque extrapolable a toda la humanidad, abre los ojos como sobresaltada, como si hubiera hecho algo malo, exhala un suspiro y un carraspeo y dice aquello de "uy, parece que me he quedado transpuesta"... como si hubiera estado pensando en sus cosas. Yo os aseguro que, por mucho que piense, y tampoco es algo que haga a menudo, la verdad, nunca he sufrido como efecto secundario la segregación de baba con recorrido latero-bucal combinada con resequedad de hueco palatino. Yo, como todo hijo de vecino, me quedo sobao como un dulce pasiego, y ancha es Castilla.

     Pero eso sí, casi nunca asuntos de gravedad. Son pequeñas cosas, inocentes y a menudo imperceptibles, que puede que no cambien el mundo con su existencia, pero tampoco lo van a desmoronar. Qué complicado es cambiar el mundo, ¿verdad?. Somos todos tan comunes y vulgares, tan poco influyentes, tan pequeños, inocentes e imperceptibles, que pensamos que nada de lo que hagamos trascenderá, ni será importante; nunca seremos los protagonistas de la historia, ni siquiera secundarios. Si acaso seremos los figurantes, haremos bulto sólo para que la escena se vea bonita, pero sin abrir la boca, pues nuestro papel no tiene texto. Y así sucede, que hay muchas pequeñas cosas que dejamos de hacer, porque pensamos que poco importarán nuestros actos o decisiones, y más cuando son tan ínfimos. Entonces, dejaremos de firmar apoyando una causa porque como no va a servir de nada, ¿no?; no pondremos una reclamación, aunque haya motivos y tengamos la razón por bandera; diremos que "sí", aunque nuestro corazón y nuestra conciencia siempre nos ha dicho que "no"; no daremos aquel beso que tanto deseábamos, no cogeremos ese tren, no emprenderemos el sueño de nuestras vidas (porque no es el momento, claro, nunca es el momento), no haremos esa llamada, no dejaremos nuestro trabajo... dejaremos de hacer una serie de cosas y nuestra vida seguirá igual que siempre, sin sobresaltos. Porque nada de lo que hagamos, de lo que hacemos, hace que este mundo mejore de lo suyo...

     Os propongo una cosa sencilla, muy sencilla, inocente y seguramente banal e imperceptible; os propongo que en el plazo de 24 horas firméis apoyando una causa en la que creéis, decid "no" cuando no queréis, dad los besos que sentís necesarios, coged un tren, recordad vuestro sueño (que lo tenéis  seguuuuro), haced esa llamada... lo de dejar el trabajo... no os preocupéis, de eso ya me encargo yo... no hagáis nada grandilocuente ni exagerado, ni grandes obras. Sólo pequeños gestos, pequeñas cosas, que son las que sin duda alguna, realmente mueven el motor de las vidas, de la tuya, la mía y la de todos los demás. Yo, desde luego, pienso seguir encogiendo los hombros cuando llueve. Espero sin duda llegar a viejuno, montarme en un coche y aferrarme al asidero con las dos manos, y por descontado, quedarme transpuesto todas las veces que haga falta, sobre todo si en ese intervalo más o menos breve he tenido tiempo de soñar con emprender una pequeña aventura, puede que simple, pero que seguro cambiará mi vida y la de los seres que me rodean.

     Así son las cosas...

lunes, 17 de diciembre de 2012

ORA ET LABORA...

     En un tiempo en el que los datos demoledores revelan una tasa de paro inusitada en el país, es posible que lo que pienso expresar en estas líneas resulte impopular, poco adecuado y en algunos casos, incluso de mal gusto. Por eso, antes de seguir, quiero invitar a todo el mundo a que sepa leer entre líneas y saber discernir el verdadero significado de lo que expreso. Vamos, que mi intención no es ofender ni estar en posesión de la verdad, que para eso ya están la mayoría de políticos, pero hoy me he levantado un pelín provocador...

     Así que, sin más preámbulo, procedo a proclamar un simple y breve axioma, que hace tiempo que ronda mi cabeza, y que, dicho sin más, sonará a titular sensacionalista y aprovechado, pero que gustosamente pienso argumentar. Y es que...

"EL TRABAJO ES UNA MIERDA"

     Entenderé perfectamente que muchos abandonéis en este punto la lectura, pues la sensibilidad en torno a la susodicha palabra está a flor de piel, y creo que casi seis millones de personas se merecen algo de consideración por parte de todos. Pero si has decidido seguir leyendo, podrás realmente descubrir qué es lo que quiero decir realmente cuando digo "El trabajo es una mierda". Seguramente, y lo comprendo también, personas de generaciones pretéritas que me lean, entre las que incluyo a la familia, puedan pensar que cómo puedo pensar eso con la que está cayendo, que ya le gustaría a muchos tener trabajo, como yo, etc, etc... Es más, os aseguro que he vivido en mis carnes ese fuerte sentimiento de culpabilidad por, supuestamente, no valorar en su justa medida el privilegio de pertenecer a esa casta en extinción de cotizante a la seguridad social a fondo perdido. "Con la que está cayendo", dejar de trabajar, mientras otros penan y penan, y no consiguen lo que buscan. "Con la que está cayendo"... que, por cierto, estoy de oír esta frase hasta las gónadas...

     A ver si lo arreglo un poco, y se me entiende un poco mejor. Voy a añadir una postdata al axioma, que creo va a resultar esclarecedora, y seguramente consiga que, al menos un poco, dejen de pitarme los oídos a dos bandas:

"TRABAJAR NO ES UNA MIERDA"

     No se si lo estoy liando más... a simplificar se ha dicho, así que iré tomando ejemplos. Y bien, hay un dicho, que al menos yo he leído o escuchado alguna vez, que viene a decir "el trabajo ennoblece y dignifica"; si partimos de la base de que, casi con toda seguridad, la persona que lo dijo hace siglos era un noble burgués, propietario de bienes e incluso personas, pues efectivamente, ennoblece y mucho, sobre todo al que no trabaja porque otros lo hacen por él. Fijaos que en la frase también aparece la dignidad, eso que parece que es lo último que le queda a los seres humanos cuando enfilan inexorablemente el camino de la desdicha y la derrota. Siervos, esclavos, vasallos, empleados... todos ellos a lo largo de la historia han tenido que rendir cuentas a la cabeza pensante de turno, trabajando, trabajando duro, toda la vida, agradeciendo eternamente haber podido tener la oportunidad de deslomarse para el beneficio de unos pocos, a cambio de  tener una opción en la vida de subsistir. Y en este proceso que se perpetua por los siglos de los siglos, vemos que lo único que queda al margen es la felicidad de las personas. No se trabaja para ser feliz, no nos engañemos. Habrá quien diga que, al menos, ahora no recibimos latigazos ni destierros, y que los diezmos y primicias pasaron hace siglos a la historia... es verdad, qué osadía la mía. Todos sabemos que gracias al tiempo que pasamos trabajando, amasamos una gran fortuna que nos permite pasar todo el tiempo necesario con nuestros seres queridos, o disfrutar de momentos de ocio y esparcimiento cultural, disfrutando de nuestro confortable y cómodo status, sin rendir cuentas ni tributos a nadie...

     En fin, que lo que vengo a querer decir es que el concepto arraigado del trabajo que tenemos implementado en el cerebro desde que somos niños está caduco y falto de sentido. Trabajar, sí, por supuesto. Para vivir, para vivir con mayúsculas, para sentirnos bien y completos. Como alguien hace no mucho me dijo, trabajar para dejar de trabajar. Esta última frase impactó tan fuertemente en mí, que no me la quito de encima, y no hay día que pase que no la rememore un instante, recordándome algo que vemos muy claramente en los demás, pero que nos cuesta horrores proyectar para nosotros. Todo el mundo conoce, o sabe de alguien que dejó su vida anterior, su trabajo estable y próspero y se embarcó en un proyecto vital nuevo, simple y llanamente, porque tenía la necesidad de hacer realmente algo que le hacía sentir bien. Y es como una revelación, como una llamada. Nos pasamos media vida pensando en nuestra vocación, en qué hacemos bien en la vida, cuál es nuestra especialidad, y así, orientamos nuestros pasos para llegar a ser tal o cual oficio hasta que una hipotética (y bastante improbable) jubilación nos permita descansar. Somos los hijos del "tienes que", la generación que tenía que estudiar BUP y COU, porque en EGB sacó buenas notas, y a FP iban los de perfil más bajo; la generación de la vocación universitaria, de las aulas masificadas con gente sentada en el suelo con un objetivo común, que, normalmente era (o es) intentar terminar los estudios para ser un titulado susceptible de optar a un puesto para el que está capacitado legalmente, pero para el que nunca proyectó ningún tipo de ilusiones. Si estudias, "tienes que" opositar, competir, dejarte por el camino unos cuantos meses de tu vida para conseguir, a la segunda, o a la tercera, bueno, cuando sea, por fin un puesto de trabajo estable y seguro, bien remunerado, que te permita tener un proyecto-tipo de vida. "Tienes que" comprarte una vivenda, un coche, tener unos hijos, cumplir en tu trabajo y esperar pacientemente a tu, insisto, hipotética jubilación, para poder empezar a disfrutar de la vida. Algún día escribiré sobre los "tienes que"...

    Y también puedes parar un momento... y pensar, por una vez en la vida, qué es lo que hace que te sientas feliz; ese "algo" que seguro has pensado más de una vez en clave de ilusión, de utopía imposible, porque los "tienesque" fueron más fuertes y pesaron como una losa. Y te preguntarás ¿por qué?, ¿por qué llevo dando tumbos todos estos años, cuando se a ciencia cierta que lo que a mí realmente me gusta hacer es...?. Podrá ser una vocación real, un oficio al uso, una habilidad, una afición, una pasión. Habrá quien se haya planteado siempre que quiere un trabajo convencional, el que sea, que le proporcione seguridad y estabilidad. Perfecto, eso no se le puede negar a nadie. Seamos médicos, jardineros, abogadas, camioneras, barrenderos, reposteras, políticos, deportistas, maestras, porteros de finca urbana o cajeras de supermercado; pero, como dijo Martin Luther King (más o menos, eh, que yo no se lo escuché en directo), "si un hombre es llamado a ser barrendero, que barra las calles como Miguel Ángel pintaba, o Beethoven componía". Ya dije más arriba que este proceso es como una llamada, una revelación. Si habláis con un sacerdote, y respetamos cuestiones de fe independientemente de las propias opiniones, os podrá confirmar que su vocación no se basa tanto en un deseo individual, sino en la certeza de sentirse llamado por dios para tal efecto. Pues bien, se trata en definitiva de comprobar que tenemos cobertura y suficiente batería, pues en cualquier momento nos suena el teléfono y no habrá excusa para no descolgar.

     Sólo puedo terminar de escribir acordándome de esos casi seis millones de personas, con sus sueños y aspiraciones, deseosas de que les suene el teléfono de la oportunidad. Roguemos todos para que les llegue, nos llegue, una oportunidad. Laboral, por supuesto, para ir empezando. Pero sobre todo, una oportunidad para pararnos a pensar en ese algo, por nimio y simple que nos parezca; ese algo que hará que trabajar sea un don, y que el trabajo sea una delicia.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

ANSIEDAD...

     ... de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor. Qué bonico, eh, casi un año sin escribir nada y lo primero que se me ocurre es poner esto. Casi un año, madre mía. Cuando empecé con el blog me dije a mí mismo "yo creo que te tienes que imponer un ritmo de publicación, porque si no lo vas a ir dejando...". Pero en honor a la verdad, yo no he descuidado el blog, más bien ha sido el blog que me ha descuidado a mi.

     Generalmente nos solemos empeñar en planificar y controlar lo que hacemos o pensamos hacer, elaboramos planes y estrategias, decidimos cuándo haremos ésta u otra cosa, o cómo lo haremos, elucubramos sobre el mejor momento para llevar a cabo según qué cometido... en definitiva, generamos expectativas en nuestra vida, algunas simples y otras profundas y complejas, y nuestro castillo de naipes se desmorona con suma facilidad en un instante, justo, justo en un instante concreto que, fíjate tú qué cosas, no había sido planeado... Dice mi madre que hay que hacer planes, aunque sea para deshacerlos después, y creo a ciencia cierta que tiene razón, porque esa actitud es la que nos mantiene con pequeñas ilusiones y con ganas de que la vida se deslice sinuosamente en torno nuestro, a veces aproximándonos a los deseos y otras muchas dando rodeos, alejándonos de nuestras primitivas intenciones, pero impulsándonos a tomar nuevas decisiones, convirtiéndonos en seres adaptativos y vitales.

     El problema es que cuanto más grande es la expectativa, más grande es la frustración; cuánto más planeamos algo, peor nos sienta que todo se vaya al garete; cuánto más anticipamos lo que ha de venir, más nos bloqueamos cuando la situación se presenta. No podemos controlar el futuro, ni tan siquiera el presente. Pensamos demasiado en el objetivo final, y muy poco en el camino a recorrer, en improvisar, en tomar decisiones distintas, en adaptarnos. A veces pasa que todo esto se acumula, se almacena y no se libera,  y pasamos a un estado de supervivencia, de tratar de llegar a los cinco minutos siguientes sin que nos falte el aire, deseando que el tiempo pase deprisa y que se lleve nuestros demonios. Y por supuesto, cuando estamos así, ni el tiempo corre, ni nos abandonan los miedos. De hecho, hasta se nos olvida a qué tenemos miedo.

     Menos mal que el cuerpo humano es mucho más sabio que los porteadores del mismo, y en ocasiones se encarga de dar señales. Es en esos momentos cuando hay que intentar sacar cordura y valor de donde no queda, y tomar decisiones que nunca imaginamos como necesarias, pero que con el tiempo, vistas con otra perspectiva, uno desearía haber tomado con más rapidez. Se acabó, stop, hasta aquí hemos llegado. Y llegados al fondo del pozo, más no se puede bajar. Sólo podemos, debemos hacer una cosa, y es actuar, tomar cartas en el asunto y reaprender a vivir. Cada cual irá descubriendo su propio método, claro está. En mi caso concreto, decidí solicitar un periodo de excedencia en el trabajo, más largo de lo que yo mismo creía necesario, pedir ayuda psicológica y apoyarme si cabe con más fuerza en los pilares que hacen que los ánimos afloren, mi mujer e hijos, mi familia y mis amigos. Que conste que me propuse no hablar mucho de mis hijos en el blog, pero no dije nada de hablar de mi mismo, así que, ajo y resina...

     No es fácil tomar decisiones de este tipo, y se que muchísima gente desearía poder hacer lo mismo que yo, pero soy consciente de que vivimos tiempos en los que pensar en uno mismo casi parece un privilegio, y que tenemos que estar dispuestos a aguantar lo que sea porque "la cosa está muy mal". Pues por muy mal que esté la cosa, como no empecemos por estar bien las personas... Y de hecho, casi un año después de empezar a escribir en el blog, confirmo algo que ya sospechaba hace tiempo, y es que escribo como terapia, por mi y para mi, como salida a situaciones que han acontecido en los últimos 2 años de mi vida, y como respuesta a la necesidad de hacer algo, no se si muy útil, pero algo al fin y al cabo. Bueno, también me ha dado por hacer pan, que el que traían los niños debajo del brazo se lo ha comido la crisis.

     Me estoy dando cuenta de que el post no está quedando muy divertido que digamos, la verdad, pero es lo que tocaba. Recordad que no lo hago por vosotros, egoistas, que lo hago por mi. Bueno, y por todos mis compañeros, pero por mi el primero. De todos modos, nuevamente el tiempo me demuestra que existen puntos de inflexión a partir de los cuales nuestras vidas cambian, o simplemente evolucionan, y finalmente volvemos a despegar, aunque sea con más turbulencias que un vuelo de Ryanair. En definitiva, la vida funciona como el pan: mezclamos harina, agua y sal, y aquello parece no tener excesivo sentido, pero nos faltaba añadir la levadura, y lo más importante, ser pacientes y esperar, porque si esperamos el tiempo necesario, la masa se eleva y se llena de aire, de ese aire que tantas y tantas veces nos falta. Y finalmente, cuando lo estamos horneando, vemos como aquello se hincha, se greña, adopta un bonito color vivo y desprende una fragancia digna de los dioses. Y es justo en ese momento cuando somos conscientes de que para disfrutar del pan, no necesariamente hay que esperar a comérselo...

     ... y he vuelto. Respiro.

domingo, 27 de noviembre de 2011

TRAUMAS...

Me parece muy curioso y reseñable el hecho de que, cuando hemos sufrido en la infancia algún revés o infortunio, o hemos tenido alguna vivencia que nos marcó de por vida, años después digamos que tenemos un "trauma". Si es un trauma, ¿por qué no vamos al traumatólogo, en vez de un gabinete psicológico?. ¿Tienen huesos los recuerdos?. Si un traumatólogo tiene un trauma, ¿se le cura solo o tiene que ir a terapia?... estoy inmerso en un mar de dudas, y todos estos pensamientos me afloran últimamente, porque yo, yo mismo, el que suscribe y escribe; yo tengo un trauma infantil...

Pensé en tomar medidas y solucionarlo por varias vías. Pedí consulta con traumatología por medio de mi médico de familia. Al cursarlo como petición urgente, he tenido la suerte de que me den cita para el mes de marzo. Esa es la inmensa ventaja de ser beneficiario del servicio regional de salud de esta Comunidad de Madrid, traumatizada como está, la pobre. También tengo la opción de acudir a la psicología, pero conozco a unos cuantos psicólogos y psicólogas, y bastante tienen ya con lo suyo como para andar yo molestando... así que haré lo que había pensado desde un principio y compartiré mi trauma con el universo.

MARCO...

... efectivamente, aquella serie de dibujos animados, la del niño cabezón que iba de viaje con un mono albino. Ya ves tú qué tontería... pues yo, cuando era pequeño, veía el capítulo de marras y me ponía a llorar como una magdalena, que si mamá está lejos, su buena mamá, su pobre mamá, la madre que le parió, y yo a moco tendido, con mi madre amenaza en ristre "si te vas a poner así, no ves los dibujos". Y por supuesto, ante la amenaza, más llantos y súplicas, porque yo con cuatro, cinco años a lo sumo, debía ser el más morboso de los niños. Mientras casi todo el mundo parecía disfrutar con aquella historia, yo la sufría y padecía, y aún así, deseaba que llegase la semana siguiente para poder seguir el hilo argumental, ansioso de saber si, de una puñetera vez, el jodido Marco encontraba a su madre...

Y es ahora cuando, con mi trauma en el lomo, bien embuchado, analizo los pormenores de la bienamada serie animada. Sopeso los datos, hago mis elucubraciones, y años después caigo en la cuenta de que tengo, y tenía en su momento, razones de peso para considerar particularmente nocivos para la infancia los dichosos dibujitos del cabezón. Y me explico:

"Una madre se va a otro país en busca de un mejor futuro, y deja en casa a su marido y dos hijos"... la pobre... vamos a ver, chavalote, Marco, a ver si te entra en la cabeza esa que tienes tan descomunal. Que tu madre se ha ido de Génova (Italia) a Tucumán (Argentina), 11000 km de tierra, mar y aire, y lo hace por tu bien... sí, sí, os quiere con locura. Os quiere tanto, que en vez de buscar curro en París, o Londres, se pira donde Cristo dió las tres voces, 11000 km. En fin, lo que en mi pueblo llamamos ABANDONO DEL HOGAAAAAAAAR. Que vamos a ver, que no tengo nada en contra de la señora, pues visto lo visto, era la más espabilada del cuento. Para empezar, su marido está sin trabajo, el pobre. Así que, en vez de buscarlo, se pasa la mitad de los capítulos, o bien desayunando, o bien comiendo, o bien bebiendo vino, o bien no haciendo nada, ahí va ese cuajo genovés. Redaños como puños tiene el padre, que en un ejercicio de responsabilidad adulta y madurez sin par, deja marchar, no digo al mayor de los hermanos, sino al pequeño, para que se pegue el viaje (recordemos, 11000 km), con el objeto de encontrar a su buena mamá. Como si no hubiera quedado suficientemente claro que la buena mamá, NO, repito, NO quiere ser encontrada, ni por el vago borracho de su marido, ni por el cansino cabezón de su hijo.
Capítulo aparte merece el hermano mayor, que bien metidito en su papel, y apenas participando en desayunos y comidas paternofiliales, decide marcharse de casa mediada la serie, para estudiar y ser ferroviario... claro, para ser de provecho en un futuro, pero mejor lejos de casa, no vaya a ser que tenga que acompañar al pesado del hermano. Y por fin, nuestro amigo Marco, el de la humilde morada que se levanta temprano para ayudar a su buena mamá, recuerden, la que se ha ido a tomar por culo DESDE EL PRINCIPIO DE LA SERIE. Insisto, para que se me entienda con suficiencia. El caso es que, por estas cosas de la vida, seguramente pillando al padre en un día de esos de pedo supino, jarto de vino, Marco le convence para irse a la Argentina, viiiiiiiiste, acompañado de su amigo Amedio... un mono... un mono enano blanco que le han regalado unos perroflautas italianos a la antigua, que a saber que sustancia le han dado al mono para que tenga ese color de pelazo, y ese careto negruno. Aaay Amedio... a medio kilómetro te dejaba yo abandonado, que dios los ha de criar para luego juntarlos.
En fin, que el niño se va con el mono de interrail atlántico, ahí, a lo cutre, con el hatillo y haciendo dedo, y lo mejor es que sólo interactúa con adultos que le tratan como tal. Pero vamos a ver, ¿es que no hay nadie en esta serie que le de un bofetón al chiquillo y le mande de vuelta a su casa?. Pues no, todos le hacen caso, le dan comida, a él y al mono, que os recuerdo entraba en el pack, estamos contigo, ánimo Forrest... Y en un momento dado, piensas "va, en cualquier momento aparece el padre, cargado de razón, nunca es tarde, y acompaña al niño para que regresen a Italia (a buscar a la perra de mi mujer, ni de coña...)". Pero no, eso no pasa nunca, Marco sigue solo, erre que erre, que si mi madre, mi madre, todo el rato mi madre. Y por supuesto, tooooodos los finales de capítulo con la silueta del niño y el mono mirando a un horizonte con puesta de sol, para dar más bajón y hundir más en la mierda al que lo está viendo, que ya no sabes si quieres que encuentre a su madre viva, o mejor muerta, para que se acabe la historia del todo.

Pues sí, este es mi trauma. Hasta tal punto que, conocido como es el final de la historia, yo lo supe con el tiempo gracias a la colección de cromos, promoción de una conocida marca de yogures, pues nunca me atreví a ver el último capítulo. La madre, enferma hasta decir basta, desde su lecho observa como un niño con cabeza XXL llora de emoción porque su viaje tiene un final feliz. Lo que nadie dice es que ella se queda con cara de póker, más flipada que Amedio. Vamos, que estaba a punto de morirse y se reanima. Claro, ¿cómo no se va a alegrar de reencontrarse con su hijo, al que dejó hace meses y 11000 km atrás?. Qué bien, otra vez juntos... (al menos no ha venido tu padre).

Yo por mi parte, y a fuerza de contarlo, parece que lo voy superando, e incluso aventuro finales paralelos y alternativos a la historia. El hermano de Marco, por supuesto, fue el fundador de las becas Erasmus, y ni fue ferroviario ni nada de nada, pero eso sí, lo bien que lo pasó... El padre de Marco dejó el alcohol, y directamente pasó al opio, que ya se empezaba a poner de moda en Europa. Eso sí, abandonó los desayunos y comidas, y se pasó al bando de la merienda-cena. Amedio se volvió de Argentina, tarado perdido, pues de tanto escuchar al petulante de su dueño, le entraron ganas de buscar sus raices y de encontrar a su madre también. Finalmente, acabó en un circo rumano, no encontró sus raices, ni a su madre, pero al menos no tiene que aguantar a Marco. Y en cuanto a Marco, pues eso, una vez superado su complejo enfermizo de Edipo, decidió volver a Italia y se puso a estudiar para ser ferroviario, a ver si alguien de la familia conseguía hacer algo de provecho de una santa vez.

Y que conste que madre no hay más que una, eh...

domingo, 30 de octubre de 2011

PIADOSAS Y PELIGROSAS

A lo largo de la historia se han dado determinadas circunstancias, en determinados momentos y a través de determinados personajes, en los que la verdad ha coqueteado con la mentira, y viceversa, en un sinuoso juego consentido y consensuado, pensando que a veces, una verdad a medias es más valiosa y certera que una verdad sincera y rotunda. O más bien lo contrario, pequeñas mentiras, piadosas que llamamos, que, en fin, no van a ningún lado, no hacen daño a nadie y contentan a la mayoría. Mentiras piadosas, verdades placebo, medias tintas o explicaciones parciales, lo cierto es que nos bastan para que nuestra existencia sea plácida, despreocupada y plena. Y así, pues tan felices y conformes, porque no tenemos razones para dudar de lo que sucede, o de lo que nos cuentan que sucede... ¿o sí?...

"Cariño, no estés tan tensa. Son cuatro gotas, y en cinco minutos ya verás como descampa". Noé a su mujer.

"Por supuesto que las torturas no me han hecho cambiar de opinión. Es que he estado pensándolo mejor". Galileo al tribunal.

"No seas paranoico. Es un bombardeo ordinario, según protocolo y sobre objetivos militares". Piloto a copiloto del Enola Gay, sobrevolando Hiroshima.

Y en nuestro quehacer cotidiano nos enfrentamos también en multitud de ocasiones a situaciones en las que la verdad se tambalea, cimbreando sobre la cuerda floja, dispuesta a ocultarse tras una maleza de argumentos y excusas:

"Pues claro que te queda estupenda la falda. Por eso es mejor que hoy no te la pongas, que cualquier torpe te la puede quemar con el cigarro". Es verdad, teniendo en cuenta que vamos al cine (no se puede fumar) y después cenaremos algo en cualquier sitio (no se puede fumar).

"Me he tomado unas cervezas en el cocktail, y luego una copa de vino en la comida, pero vamos, luego ya nada más... que estoy bien, seguuuuuro. Me termino el refresco y os acerco a casa, que voy bieeeeeen". Bien no, vas divino. Te has bebido el agua de los charcos, estás subidito, eres el más guay, y por lo visto, el gin-tonic computa como refresco.

"Oye, que a ver si nos vemos ya de una vez, que hay ganas. Yo que se, organizamos una comida, o lo que sea... venga, pues hablamos...". Y cuelgas el teléfono y te dispones a esperar otros cuatro meses para volver a tener la misma conversación. Lo que es hablar, hablamos, ¿no?.

En nuestra vida de infantes hemos tenido que asumir una buena dosis de mentiras piadosas, cándidas mentirijillas de nuestros progenitores que servían para aumentar nuestras reservas de ilusión y fantasía: el ratoncito Pérez, los Reyes Magos, cómete el pescado, que no tiene espinas, que se las he quitado una a una... y nosotros, pues tan felices. Bueno, lo de las espinas merecería un capítulo aparte, así como las hebras del puré (que no tiene hebras, y tú ahí, con la bola vegetal, que como te la tragues igual hasta cagas una bolsa de rafia). En definitiva, que nos pasamos el día asintiendo, poniendo cara de poker, asumiendo como obviedades lo que son mentiras podridas y, finalmente, sobreviviendo a la mentira más gorda y peligrosa para toda la humanidad: LA INFORMACIÓN. Y para colmo, resulta que tenemos que estar bien informados para poder opinar... así pasa, que se te quitan las ganas hasta de opinar. Daré mis dos últimos ejemplos:

"Son como unos hilillos de plastilina...". Efectivamente... veías las imágenes submarinas del escape y al estar bieeeen informado y documentado, pues nada, tú tan tranquilo. Oye, que mira que son exagerados estos rojeras, si al Prestige habría que haberlo rebautizado Play-School. Sonaba como la famosa explicación de cómo se engendran los niños, lo de la semillita de papá y... bueno, el burdo final es de todos conocido. Así, si cambiamos semillita por hilillos, consecuentemente podríamos cambiar empujón-de-papá por ca-tás-tro-fe ab-so-lu-ta. Resultado final: soy un demagogo.

"No es crisis, es un proceso de recesión...". Efectivamente... cada vez conocías más gente que se iba al paro, obras pendientes de finalización, una tras otra; morosidad paulatinamente creciente, insolvencia insostenible, depreciación de los valores bursátiles, Ministro de Economía que te dice "oye, tú, háztelo mirar, que yo creo que vas de farol y no va a colar", que nooooo, tranquiiiilos, que estamos en situación solventeeee, Ministro de Economía que dimite, se va a casa y se hiperventila; el mundo entero asomándose al abismo enorme que siempre lo fue, pero que como había cierta neblina no daba tanto vértigo. Pues venga, vale, será una recesión, si bien, amparándonos en que determinado cefalópodo es animal de compañía, tendremos que traducir "pulpo a feira" por "patatas a lo pobre". Resultado final: soy un demagogo.

Y lo peor, es que, siendo como son éstas las mentiras más peligrosas, resulta que tratan de presentarlas a nuestros ojos como las más piadosas. Los hilillos son chiquititos, casi cariñosos... las hebras de puré, esas sí que son unas hijas de puta (perdón). La crisis... hombre, para crisis mala, mala, la de los cuarenta... la de los cuarenta sopapos que se tenía que haber llevado más de uno en su momento, tanto tranquilizar, tanto tranquilizar...

Hubo quien dijo que lo que mueve realmente el mundo es la energía. Yo añadiría que lo que lo remueve es la información, que es moneda de cambio entre las cabezas pensantes y las cabezas sufrientes, y que cada cual se coloque en el grupo que le corresponda. No se qué será peor, si estar mal informado, o estar bien desinformado... que no hombre, que es broma, que todo esto que escribo es mentira... mentirijilla... ¿qué daño te va hacer?...

miércoles, 27 de julio de 2011

FLEXIONES EN RE

Es que a mi la nota "re" me ha gustado de siempre, de toda la vida. Y eso que lo máximo es dar el "do" de pecho, así que, imagino que, para rizar el rizo, tendría que existir el "re" de nalgas, yo qué se... A lo que yo iba, que me voy de vacaciones en breve, y entre lo muuucho que me va costando escribir y el período estival de ¿descanso?, me veo en la casi obligación de dejaros pendientes unos cuantos deberes. Sí, sí, alguno y alguna os acordareis, que acabábamos el colegio, con nuestras buenas notas y todo, y como premio y recompensa al esfuerzo efectuado recibíamos... tacháaaaan, el jodido librito de "Vacaciones Santillana". Qué de puta madre, no se me ocurre nada mejor en vacaciones que seguir estudiando y haciendo ejercicios, pero divirtiéndome. Yuju... Que digo yo, que es como si a un minero le regalas un pico. "Que sí hombre, que yo se que con esto te diviertes tú. Así puedes picar piedras en vacaciones y no pierdes práctica". Pues eso.

No se me asuste nadie, eh. Ultimamente he estado pensando en diversos enigmas, dilemas y misterios, aún por resolver y pendientes de explicar. Y necesito ayuda, caramba, que es por el bien de la humanidad, y de vez en cuando, reflexionar un poco nos dignifica y nos hace mejores personas, incluso mejores animales. Lo voy a ir enumerando, para que sea más fácil de contestar. Ah, y no vale indagar en wikipedia, muchopedia, tontopedia... en ninguna pedia...

1.- "Ves menos que Pepe Leches". Empezamos fuertes. Quién sería este hombre, presuntamente con menos visión que un gato de escayola. Y el apellido, ¿es un apodo?, ¿es verídico?, ¿se referirá a las ostias como panes derivadas del incorrecto enfoque cristalínico?. Todo un misterio.

2.- "Eres un tonto a las tres". Para empezar, casi podemos asegurar con certeza que, efectivamente, el que es un tonto a las tres, lo sigue siendo a las cuatro, a las cinco... A mí sólo se me ocurre que el telediario, de toda la vida de dios, es a las tres de la tarde, y quieras que no, en algún momento de la emisión aparece algún memo importante o con ganas de serlo.

3.- "Bueno, pues nosotros nos vamos a ir marchando". Ni tan siquiera voy a analizar sintácticamente la frase, porque no es necesario para demostrar que, practicamente nueve de cada nueve personas que dicen esta sentencia, acaban por marcharse definitivamente a la media hora de haberla dicho. Inexplicable.

4.- "Me estoy meando vivo". Pues más te vale...

5.- "No vuelvo a beber en la vida". El ser humano, aparte de ser extraordinario, aquarius mediante, comparte con los peces la memoria a corto-medio plazo más efímera del reino animal.

6.- "Eres más tonto que Pichote". O sea, que los tontos la tendrán grande...

7.- "No somos nadie". No lo serás tú. Yo soy alguien, más o menos, pero alguien.

8.- "Ya mismo estamos en Navidad". Esto se suele decir justo, justito antes de pillar las vacaciones de verano...

9.- "Estás en la inopia". Vamos a obviar comentarios similares sobre Babia, región de León por todo el mundo conocida (¿?). Algunos despistados pueden llegar a leer "miopía" en vez de "inopia", lo cual nos llevaría sin duda al enigma de Pepe Leches...

10.- "Yo ese programa no le veo". Claro, ves los documentales...

Impactante, sin duda, todo lo que se nos ofrece al conocimiento humano, susceptible de ser discutido y reflexionado. Haced el esfuerzo, a ver si entre todos conseguimos esclarecer este maremagnum y volvemos de nuestras vacaciones convertidos en unos auténticos sofistas. Y si no, pues a lo clásico, id tirando de autodefinidos y cruzadas, que eso en veranillo se lleva mucho.

A los que ya regresasteis, bienvenidos. A los que disfrutais, aprovechad. A los que esperais con ansiedad el toque de campana que marque el inicio de vuestro bien merecido asueto, soñad. 
A todos y a todas que me leeis, gracias desde el fondo de mi re sostenido menor.