lunes, 17 de diciembre de 2012

ORA ET LABORA...

     En un tiempo en el que los datos demoledores revelan una tasa de paro inusitada en el país, es posible que lo que pienso expresar en estas líneas resulte impopular, poco adecuado y en algunos casos, incluso de mal gusto. Por eso, antes de seguir, quiero invitar a todo el mundo a que sepa leer entre líneas y saber discernir el verdadero significado de lo que expreso. Vamos, que mi intención no es ofender ni estar en posesión de la verdad, que para eso ya están la mayoría de políticos, pero hoy me he levantado un pelín provocador...

     Así que, sin más preámbulo, procedo a proclamar un simple y breve axioma, que hace tiempo que ronda mi cabeza, y que, dicho sin más, sonará a titular sensacionalista y aprovechado, pero que gustosamente pienso argumentar. Y es que...

"EL TRABAJO ES UNA MIERDA"

     Entenderé perfectamente que muchos abandonéis en este punto la lectura, pues la sensibilidad en torno a la susodicha palabra está a flor de piel, y creo que casi seis millones de personas se merecen algo de consideración por parte de todos. Pero si has decidido seguir leyendo, podrás realmente descubrir qué es lo que quiero decir realmente cuando digo "El trabajo es una mierda". Seguramente, y lo comprendo también, personas de generaciones pretéritas que me lean, entre las que incluyo a la familia, puedan pensar que cómo puedo pensar eso con la que está cayendo, que ya le gustaría a muchos tener trabajo, como yo, etc, etc... Es más, os aseguro que he vivido en mis carnes ese fuerte sentimiento de culpabilidad por, supuestamente, no valorar en su justa medida el privilegio de pertenecer a esa casta en extinción de cotizante a la seguridad social a fondo perdido. "Con la que está cayendo", dejar de trabajar, mientras otros penan y penan, y no consiguen lo que buscan. "Con la que está cayendo"... que, por cierto, estoy de oír esta frase hasta las gónadas...

     A ver si lo arreglo un poco, y se me entiende un poco mejor. Voy a añadir una postdata al axioma, que creo va a resultar esclarecedora, y seguramente consiga que, al menos un poco, dejen de pitarme los oídos a dos bandas:

"TRABAJAR NO ES UNA MIERDA"

     No se si lo estoy liando más... a simplificar se ha dicho, así que iré tomando ejemplos. Y bien, hay un dicho, que al menos yo he leído o escuchado alguna vez, que viene a decir "el trabajo ennoblece y dignifica"; si partimos de la base de que, casi con toda seguridad, la persona que lo dijo hace siglos era un noble burgués, propietario de bienes e incluso personas, pues efectivamente, ennoblece y mucho, sobre todo al que no trabaja porque otros lo hacen por él. Fijaos que en la frase también aparece la dignidad, eso que parece que es lo último que le queda a los seres humanos cuando enfilan inexorablemente el camino de la desdicha y la derrota. Siervos, esclavos, vasallos, empleados... todos ellos a lo largo de la historia han tenido que rendir cuentas a la cabeza pensante de turno, trabajando, trabajando duro, toda la vida, agradeciendo eternamente haber podido tener la oportunidad de deslomarse para el beneficio de unos pocos, a cambio de  tener una opción en la vida de subsistir. Y en este proceso que se perpetua por los siglos de los siglos, vemos que lo único que queda al margen es la felicidad de las personas. No se trabaja para ser feliz, no nos engañemos. Habrá quien diga que, al menos, ahora no recibimos latigazos ni destierros, y que los diezmos y primicias pasaron hace siglos a la historia... es verdad, qué osadía la mía. Todos sabemos que gracias al tiempo que pasamos trabajando, amasamos una gran fortuna que nos permite pasar todo el tiempo necesario con nuestros seres queridos, o disfrutar de momentos de ocio y esparcimiento cultural, disfrutando de nuestro confortable y cómodo status, sin rendir cuentas ni tributos a nadie...

     En fin, que lo que vengo a querer decir es que el concepto arraigado del trabajo que tenemos implementado en el cerebro desde que somos niños está caduco y falto de sentido. Trabajar, sí, por supuesto. Para vivir, para vivir con mayúsculas, para sentirnos bien y completos. Como alguien hace no mucho me dijo, trabajar para dejar de trabajar. Esta última frase impactó tan fuertemente en mí, que no me la quito de encima, y no hay día que pase que no la rememore un instante, recordándome algo que vemos muy claramente en los demás, pero que nos cuesta horrores proyectar para nosotros. Todo el mundo conoce, o sabe de alguien que dejó su vida anterior, su trabajo estable y próspero y se embarcó en un proyecto vital nuevo, simple y llanamente, porque tenía la necesidad de hacer realmente algo que le hacía sentir bien. Y es como una revelación, como una llamada. Nos pasamos media vida pensando en nuestra vocación, en qué hacemos bien en la vida, cuál es nuestra especialidad, y así, orientamos nuestros pasos para llegar a ser tal o cual oficio hasta que una hipotética (y bastante improbable) jubilación nos permita descansar. Somos los hijos del "tienes que", la generación que tenía que estudiar BUP y COU, porque en EGB sacó buenas notas, y a FP iban los de perfil más bajo; la generación de la vocación universitaria, de las aulas masificadas con gente sentada en el suelo con un objetivo común, que, normalmente era (o es) intentar terminar los estudios para ser un titulado susceptible de optar a un puesto para el que está capacitado legalmente, pero para el que nunca proyectó ningún tipo de ilusiones. Si estudias, "tienes que" opositar, competir, dejarte por el camino unos cuantos meses de tu vida para conseguir, a la segunda, o a la tercera, bueno, cuando sea, por fin un puesto de trabajo estable y seguro, bien remunerado, que te permita tener un proyecto-tipo de vida. "Tienes que" comprarte una vivenda, un coche, tener unos hijos, cumplir en tu trabajo y esperar pacientemente a tu, insisto, hipotética jubilación, para poder empezar a disfrutar de la vida. Algún día escribiré sobre los "tienes que"...

    Y también puedes parar un momento... y pensar, por una vez en la vida, qué es lo que hace que te sientas feliz; ese "algo" que seguro has pensado más de una vez en clave de ilusión, de utopía imposible, porque los "tienesque" fueron más fuertes y pesaron como una losa. Y te preguntarás ¿por qué?, ¿por qué llevo dando tumbos todos estos años, cuando se a ciencia cierta que lo que a mí realmente me gusta hacer es...?. Podrá ser una vocación real, un oficio al uso, una habilidad, una afición, una pasión. Habrá quien se haya planteado siempre que quiere un trabajo convencional, el que sea, que le proporcione seguridad y estabilidad. Perfecto, eso no se le puede negar a nadie. Seamos médicos, jardineros, abogadas, camioneras, barrenderos, reposteras, políticos, deportistas, maestras, porteros de finca urbana o cajeras de supermercado; pero, como dijo Martin Luther King (más o menos, eh, que yo no se lo escuché en directo), "si un hombre es llamado a ser barrendero, que barra las calles como Miguel Ángel pintaba, o Beethoven componía". Ya dije más arriba que este proceso es como una llamada, una revelación. Si habláis con un sacerdote, y respetamos cuestiones de fe independientemente de las propias opiniones, os podrá confirmar que su vocación no se basa tanto en un deseo individual, sino en la certeza de sentirse llamado por dios para tal efecto. Pues bien, se trata en definitiva de comprobar que tenemos cobertura y suficiente batería, pues en cualquier momento nos suena el teléfono y no habrá excusa para no descolgar.

     Sólo puedo terminar de escribir acordándome de esos casi seis millones de personas, con sus sueños y aspiraciones, deseosas de que les suene el teléfono de la oportunidad. Roguemos todos para que les llegue, nos llegue, una oportunidad. Laboral, por supuesto, para ir empezando. Pero sobre todo, una oportunidad para pararnos a pensar en ese algo, por nimio y simple que nos parezca; ese algo que hará que trabajar sea un don, y que el trabajo sea una delicia.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

ANSIEDAD...

     ... de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor. Qué bonico, eh, casi un año sin escribir nada y lo primero que se me ocurre es poner esto. Casi un año, madre mía. Cuando empecé con el blog me dije a mí mismo "yo creo que te tienes que imponer un ritmo de publicación, porque si no lo vas a ir dejando...". Pero en honor a la verdad, yo no he descuidado el blog, más bien ha sido el blog que me ha descuidado a mi.

     Generalmente nos solemos empeñar en planificar y controlar lo que hacemos o pensamos hacer, elaboramos planes y estrategias, decidimos cuándo haremos ésta u otra cosa, o cómo lo haremos, elucubramos sobre el mejor momento para llevar a cabo según qué cometido... en definitiva, generamos expectativas en nuestra vida, algunas simples y otras profundas y complejas, y nuestro castillo de naipes se desmorona con suma facilidad en un instante, justo, justo en un instante concreto que, fíjate tú qué cosas, no había sido planeado... Dice mi madre que hay que hacer planes, aunque sea para deshacerlos después, y creo a ciencia cierta que tiene razón, porque esa actitud es la que nos mantiene con pequeñas ilusiones y con ganas de que la vida se deslice sinuosamente en torno nuestro, a veces aproximándonos a los deseos y otras muchas dando rodeos, alejándonos de nuestras primitivas intenciones, pero impulsándonos a tomar nuevas decisiones, convirtiéndonos en seres adaptativos y vitales.

     El problema es que cuanto más grande es la expectativa, más grande es la frustración; cuánto más planeamos algo, peor nos sienta que todo se vaya al garete; cuánto más anticipamos lo que ha de venir, más nos bloqueamos cuando la situación se presenta. No podemos controlar el futuro, ni tan siquiera el presente. Pensamos demasiado en el objetivo final, y muy poco en el camino a recorrer, en improvisar, en tomar decisiones distintas, en adaptarnos. A veces pasa que todo esto se acumula, se almacena y no se libera,  y pasamos a un estado de supervivencia, de tratar de llegar a los cinco minutos siguientes sin que nos falte el aire, deseando que el tiempo pase deprisa y que se lleve nuestros demonios. Y por supuesto, cuando estamos así, ni el tiempo corre, ni nos abandonan los miedos. De hecho, hasta se nos olvida a qué tenemos miedo.

     Menos mal que el cuerpo humano es mucho más sabio que los porteadores del mismo, y en ocasiones se encarga de dar señales. Es en esos momentos cuando hay que intentar sacar cordura y valor de donde no queda, y tomar decisiones que nunca imaginamos como necesarias, pero que con el tiempo, vistas con otra perspectiva, uno desearía haber tomado con más rapidez. Se acabó, stop, hasta aquí hemos llegado. Y llegados al fondo del pozo, más no se puede bajar. Sólo podemos, debemos hacer una cosa, y es actuar, tomar cartas en el asunto y reaprender a vivir. Cada cual irá descubriendo su propio método, claro está. En mi caso concreto, decidí solicitar un periodo de excedencia en el trabajo, más largo de lo que yo mismo creía necesario, pedir ayuda psicológica y apoyarme si cabe con más fuerza en los pilares que hacen que los ánimos afloren, mi mujer e hijos, mi familia y mis amigos. Que conste que me propuse no hablar mucho de mis hijos en el blog, pero no dije nada de hablar de mi mismo, así que, ajo y resina...

     No es fácil tomar decisiones de este tipo, y se que muchísima gente desearía poder hacer lo mismo que yo, pero soy consciente de que vivimos tiempos en los que pensar en uno mismo casi parece un privilegio, y que tenemos que estar dispuestos a aguantar lo que sea porque "la cosa está muy mal". Pues por muy mal que esté la cosa, como no empecemos por estar bien las personas... Y de hecho, casi un año después de empezar a escribir en el blog, confirmo algo que ya sospechaba hace tiempo, y es que escribo como terapia, por mi y para mi, como salida a situaciones que han acontecido en los últimos 2 años de mi vida, y como respuesta a la necesidad de hacer algo, no se si muy útil, pero algo al fin y al cabo. Bueno, también me ha dado por hacer pan, que el que traían los niños debajo del brazo se lo ha comido la crisis.

     Me estoy dando cuenta de que el post no está quedando muy divertido que digamos, la verdad, pero es lo que tocaba. Recordad que no lo hago por vosotros, egoistas, que lo hago por mi. Bueno, y por todos mis compañeros, pero por mi el primero. De todos modos, nuevamente el tiempo me demuestra que existen puntos de inflexión a partir de los cuales nuestras vidas cambian, o simplemente evolucionan, y finalmente volvemos a despegar, aunque sea con más turbulencias que un vuelo de Ryanair. En definitiva, la vida funciona como el pan: mezclamos harina, agua y sal, y aquello parece no tener excesivo sentido, pero nos faltaba añadir la levadura, y lo más importante, ser pacientes y esperar, porque si esperamos el tiempo necesario, la masa se eleva y se llena de aire, de ese aire que tantas y tantas veces nos falta. Y finalmente, cuando lo estamos horneando, vemos como aquello se hincha, se greña, adopta un bonito color vivo y desprende una fragancia digna de los dioses. Y es justo en ese momento cuando somos conscientes de que para disfrutar del pan, no necesariamente hay que esperar a comérselo...

     ... y he vuelto. Respiro.