miércoles, 7 de noviembre de 2012

ANSIEDAD...

     ... de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor. Qué bonico, eh, casi un año sin escribir nada y lo primero que se me ocurre es poner esto. Casi un año, madre mía. Cuando empecé con el blog me dije a mí mismo "yo creo que te tienes que imponer un ritmo de publicación, porque si no lo vas a ir dejando...". Pero en honor a la verdad, yo no he descuidado el blog, más bien ha sido el blog que me ha descuidado a mi.

     Generalmente nos solemos empeñar en planificar y controlar lo que hacemos o pensamos hacer, elaboramos planes y estrategias, decidimos cuándo haremos ésta u otra cosa, o cómo lo haremos, elucubramos sobre el mejor momento para llevar a cabo según qué cometido... en definitiva, generamos expectativas en nuestra vida, algunas simples y otras profundas y complejas, y nuestro castillo de naipes se desmorona con suma facilidad en un instante, justo, justo en un instante concreto que, fíjate tú qué cosas, no había sido planeado... Dice mi madre que hay que hacer planes, aunque sea para deshacerlos después, y creo a ciencia cierta que tiene razón, porque esa actitud es la que nos mantiene con pequeñas ilusiones y con ganas de que la vida se deslice sinuosamente en torno nuestro, a veces aproximándonos a los deseos y otras muchas dando rodeos, alejándonos de nuestras primitivas intenciones, pero impulsándonos a tomar nuevas decisiones, convirtiéndonos en seres adaptativos y vitales.

     El problema es que cuanto más grande es la expectativa, más grande es la frustración; cuánto más planeamos algo, peor nos sienta que todo se vaya al garete; cuánto más anticipamos lo que ha de venir, más nos bloqueamos cuando la situación se presenta. No podemos controlar el futuro, ni tan siquiera el presente. Pensamos demasiado en el objetivo final, y muy poco en el camino a recorrer, en improvisar, en tomar decisiones distintas, en adaptarnos. A veces pasa que todo esto se acumula, se almacena y no se libera,  y pasamos a un estado de supervivencia, de tratar de llegar a los cinco minutos siguientes sin que nos falte el aire, deseando que el tiempo pase deprisa y que se lleve nuestros demonios. Y por supuesto, cuando estamos así, ni el tiempo corre, ni nos abandonan los miedos. De hecho, hasta se nos olvida a qué tenemos miedo.

     Menos mal que el cuerpo humano es mucho más sabio que los porteadores del mismo, y en ocasiones se encarga de dar señales. Es en esos momentos cuando hay que intentar sacar cordura y valor de donde no queda, y tomar decisiones que nunca imaginamos como necesarias, pero que con el tiempo, vistas con otra perspectiva, uno desearía haber tomado con más rapidez. Se acabó, stop, hasta aquí hemos llegado. Y llegados al fondo del pozo, más no se puede bajar. Sólo podemos, debemos hacer una cosa, y es actuar, tomar cartas en el asunto y reaprender a vivir. Cada cual irá descubriendo su propio método, claro está. En mi caso concreto, decidí solicitar un periodo de excedencia en el trabajo, más largo de lo que yo mismo creía necesario, pedir ayuda psicológica y apoyarme si cabe con más fuerza en los pilares que hacen que los ánimos afloren, mi mujer e hijos, mi familia y mis amigos. Que conste que me propuse no hablar mucho de mis hijos en el blog, pero no dije nada de hablar de mi mismo, así que, ajo y resina...

     No es fácil tomar decisiones de este tipo, y se que muchísima gente desearía poder hacer lo mismo que yo, pero soy consciente de que vivimos tiempos en los que pensar en uno mismo casi parece un privilegio, y que tenemos que estar dispuestos a aguantar lo que sea porque "la cosa está muy mal". Pues por muy mal que esté la cosa, como no empecemos por estar bien las personas... Y de hecho, casi un año después de empezar a escribir en el blog, confirmo algo que ya sospechaba hace tiempo, y es que escribo como terapia, por mi y para mi, como salida a situaciones que han acontecido en los últimos 2 años de mi vida, y como respuesta a la necesidad de hacer algo, no se si muy útil, pero algo al fin y al cabo. Bueno, también me ha dado por hacer pan, que el que traían los niños debajo del brazo se lo ha comido la crisis.

     Me estoy dando cuenta de que el post no está quedando muy divertido que digamos, la verdad, pero es lo que tocaba. Recordad que no lo hago por vosotros, egoistas, que lo hago por mi. Bueno, y por todos mis compañeros, pero por mi el primero. De todos modos, nuevamente el tiempo me demuestra que existen puntos de inflexión a partir de los cuales nuestras vidas cambian, o simplemente evolucionan, y finalmente volvemos a despegar, aunque sea con más turbulencias que un vuelo de Ryanair. En definitiva, la vida funciona como el pan: mezclamos harina, agua y sal, y aquello parece no tener excesivo sentido, pero nos faltaba añadir la levadura, y lo más importante, ser pacientes y esperar, porque si esperamos el tiempo necesario, la masa se eleva y se llena de aire, de ese aire que tantas y tantas veces nos falta. Y finalmente, cuando lo estamos horneando, vemos como aquello se hincha, se greña, adopta un bonito color vivo y desprende una fragancia digna de los dioses. Y es justo en ese momento cuando somos conscientes de que para disfrutar del pan, no necesariamente hay que esperar a comérselo...

     ... y he vuelto. Respiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario